sábado, 23 de octubre de 2010

La constelación de los fantasmas


Hace más de 162 años un fantasma recorre Europa. Hoy ya no es el comunismo y en su recorrido ha visitado buena parte del mundo en varias ocasiones y, por lo que vemos, se ha reproducido generosamente en los cinco continentes gestando una constelación de fantasmas que crecen gracias al descaro de los cosmopolitas.



Desde cuando se encargó a Marx y Engels la escritura de un manifiesto que sirviera de presentación a la, hasta entonces secreta, Liga Comunista hasta los eventos con los que, casi sin sorpresa, nos levantamos hoy para observar que en todas partes del planeta tierra se suceden levantamientos, bloqueos, protestas, choques violentos, paros y movilizaciones; se evidencia el asalto de la indignidad que motiva la expresión del creciente descontento con las medidas emprendidas por los políticos de oficio, los tecnócratas y los burócratas emparentados y al servicio de los capitales, la ganancia y la especulación.

En Francia, pese a la extensión y calidad de los beneficios y garantías en salud y educación, se escenifican ahora los brotes del descontento planetario: Jóvenes estudiantes, sindicatos y colectivos, maestros y obreros, migrantes sin papeles y toda suerte de empleados, microempleados, autoempleados y desempleados salen a la calle hoy para denunciar y protestar contra un sistema que vende la igualdad mientras se muestra incapaz de realizarla y, para colmo, se alza contra la solidaridad justamente cuando la reclama incrementando el tiempo vital destinado al trabajo, extendiéndolo hasta coordenadas cercanas a la muerte, en un contexto en que el testamento de la sociedad lega a las y los jóvenes de hoy precariedad, austeridad e incertidumbre por todas las fronteras.

El descontento despierta a los fantasmas: Frente al capital especulativo se alzan las necesidades humanas insatisfechas. De cara a la ganancia y al manejo financiero eficientista se levanta el masivo reclamo de empleo. En el espejo de la política los antagonismos emergen cada vez con mayor violencia y de manera prolongada y los modelos de éxito y hedonismo son confrontados por una masa de pobres; creciente y rabiosamente pobres. Sin embargo, más allá de los sucesos y el carácter noticioso que, si a mucho, provoca el bostezo y la indiferencia de la multitud; los recientes eventos en Francia, España, Portugal y Grecia hacen patente que los fantasmas del nuevo mundo se parecen mucho a los que analizara el viejo Marx, habitando la casa que muchos creen vacía: el poder.

Buena parte de las crisis del siglo XX, ese al que aun no terminamos de despedir, expresan las tensiones de lo político. En la prolongación y cada vez más frecuente expresión del descontento social se escenifica la urgencia por hacer patente lo difuso y develar los resortes de las luchas del presente: Los motivos de las actuales confrontaciones sitúan de un lado a quienes, con poco, quieren más, mientras por el contrario, reciben menos de quienes están en la otra orilla. En los tiempos en los que la lucha de clases ha dejado de ser un concepto significativo y útil para dar cuenta de tal tensión, empieza a parecer consistente la lectura de nuestra época que insiste en que lo que vivimos no es sino la manifestación remozada de las viejas clases y las viejas luchas con los nuevos medios y sus nuevos antagonistas.

Frente al problema de la denominación de los males de nuestro tiempo, sus luchas y sus protagonistas; la pregunta por si la clase obrera ha muerto se golpea de bruces con la existencia patente de los capitalistas, cuyos exclusivos trajes cosidos a mano, su estilo de vida itinerante, su modelo de negociación trasnacional y su postura política centrista e insulsa traslucen hoy los viejos antagonismos y contradicciones sociales en los que, frente a ellos, aparecen los empobrecidos, los miserables, los descamisados, los no obreros de la no clase; los sujetos populares de ahora. 

En las actuales circunstancias, tan viejas todas ellas, una constelación de fantasmas asusta y quita el sueño. La desazón con la economía de capitales, el malestar con la política, la paradoja de la inacción, la erosión de la sociedad, el empobrecimiento de las y los trabajadores, la precariedad y la desregulación laboral, la caída real del ingreso, la extinción del ahorro, entre otros tantos y complejos asuntos urgentes, que ponen de presente


"toda esta ofensiva contra los derechos acumulados de la clase obrera. Lo que está sobre la mesa es el plan del gran capital de cambiar no sólo las condiciones de trabajo sino las relaciones de poder donde el capital por decreto puede imponer grandes transformaciones sobre pensiones, salarios, vacaciones, contratos", afirma el profesor James Petras.

Dado el carácter multitudinario de la protesta en Francia, a diferencia de lo que ocurrió en Colombia con reformas de semejante cuño que dilataron la edad de jubilación, tal vez Sarcozy deba recular y moderar sus pretensiones para contener los efectos de un movimiento sindical y colectivo que no parece posible de acallar sin una victoria. Si ello resulta cierto, en la actual crisis de época, se confirmará la devastadora afirmación de Marx en el manifiesto, según la cual "a veces los obreros triunfan; pero su triunfo es efímero".

lunes, 18 de octubre de 2010

¿Afrodescendientes paisas?

Afrodescendientes en el San Pachito en Medellín - 2010
No solo visualmente sino en todo su esplendor y vitalidad cultural Medellín, una ciudad tradicionalmente asociada a una imagen "blanca" del mundo paisa, empieza a reconocerse diversa y enriquecida con la presencia e incorporación de afrodescendientes que, avenidos o nacidos en ella, hacen su vida como herederos de tradiciones ancestrales de la africanía en escenarios urbanos. De manera especial, en la ciudad empiezan a aparecer acercamientos a la novedad de afrodescendientes de segunda y tercera generación nacidos en la ciudad, muchos de los cuales cuentan igualmente con padres y madres medellinenses.

Tal presencia resulta sintomática pues en la tradición antioqueña hay un descase entre territorialidad y diversidad, marcado por un profundo regionalismo, el centrismo étnico que reclama su ancestralidad “blanca”, andaluza, vasca y hasta judia y que en menor medida acepta la procedencia indígena de los abuelos y abuelas, pero que desconoce su significación cultural; mucho más cuando se la vincula a la pertenencia étnica afrodescendiente.

Como evidencia, el lenguaje cotidiano resulta cargado del carácter discriminatorio y peyorativo con el que en Antioquia se puede ser tiernamente “negrita linda”, “Negrito querido”, “negrita”; pero también “¡negro!” despectivamente “negro hijueputa”, de manera esencialista “negro tenías que ser”, porque  el “negro que no la hace a la entrada, la hace a la salida” y, en todo caso “negro ni mi teléfono” pues nada puede ser "mas ordinario que negro paisa", entre tantas otras; expresiones con las que se fija la identidad afrodescendiente en términos despreciativos y extraños a la cultura paisa, al tiempo que se cuestiona la pertenencia antioqueña de las y los afrodescendientes. 


En la lectura de la afrodescendencia, reclamarse afro y de Medellín parece una rareza producto más de la sorpresa de estar aquí que de la vinculación simbólica de la identidad étnica y de la diferencia cultural productoras de reconocimiento y reciprocidad, incluso para quienes aquí nacieron, de aquí son o hemos vivido aquí más tiempo que en cualquier otra parte. Por ello, advertir que no se ha nacido en la ciudad sino que la referencia originaria puede rastrearse a otro territorio, lleva consigo desvertebrar la estancia acrítica en la ciudad, el habitarla simplemente, para producir de un lado la sankofa: esa mirada retrospectiva que me lleva hacia adelante con la perspectiva personal y colectiva enraizada en el pasado. De otro lado, el situarse conscientemente en la ciudad, vivirla y gestarla desde el derecho a la ciudad, a la posesión de bienes en ella, al hacer una vida digna, a la reconstrucción simbólica ocurrida en el encuentro entre la cultura ancestral y la vida patrimonial urbana.

A consecuencia del desplazamiento y de la búsqueda de mejores condiciones laborales principalmente, desde 1940 se incrementó el flujo de habitantes del pacífico colombiano hacia Medellín, especialmente provenientes de Chocó, gracias a la apertura de la denominada "carretera al mar". En 2006, de acuerdo con el Diagnóstico Poblacional de las Comunidades Afrocolombianas en Medellín sumaban 133.082 los habitantes de la ciudad que se autorreconocen como afrodescendientes. Con todo, dicha cifra resulta abiertamente conservadora, mucho más cuando se miran las estadísticas de poblamiento de las comunas más populosas de la ciudad, ubicadas en las Zonas Nororiental y Centrooriental, en las que estimados de ONGs, académicos y organizaciones étnicas cifran en más de 500.000 los habitantes allegados y nacidos en la ciudad.

Con una presencia tan numerosa en la ciudad, las preguntas por la participación de los y las afrodescendientes de Medellín o afropaisas y su incorporación, asimilación, resistencia y lucha en este espacio urbano resulta problemática, reclamando condiciones ciertas para la realización no sólo de los derechos humanos, sino especialmente del derecho a la ciudad; siendo que,  al igual que en el resto del país, para la mayoría de los y las afropaisas las estadísticas acompañan una historia de pobreza, marginación, ocupación de terrenos catalogados como de alto riesgo (otros prefieren llamarlos de alta inversión), múltiples desplazamiento intraurbano, precariedad en la prestación de servicios públicos, cobertura en salud y desempleo.

De otro lado, si bien puede considerarse ambigua la percepción de muchos y muchas afrodescendientes nacidos en Medellín, interesados más en pasar desapercibidos y no hacer visible su pertenencia étnica, a consecuencia de los históricos procesos de blanqueamiento y autoinvisibilización aprendidos en el proceso colonial que vincula la africanía a la esclavitud; resulta significativo y de alto interés en perspectiva educativa, investigativa y organizativa el acercamiento a la población afrodescendiente joven nacida en Medellín, cuyos intereses, cosmovisión, vivencia de las tradiciones ancestrales, patrimonialidad cultural y vida cotidiana genera preguntas a la tradición e invención étnica, así como a la gestación de políticas públicas enmarcadas no en el tratamiento de tal segmento como población vulnerable a consecuencia de padecer desplazamientos sino como ciudadanos de Medellín, con los mismos derechos que los hijos e hijas de mestizos indoespañoles en ella, como paisas de nueva cepa.

Dado que para esta población no se trata de reconvertir la propia vida en la aventura de avenirse a Medellín sino de hacerse ciudadanos en un territorio que les pertenece, resulta problemático que la sociedad antioqueña sostenga los clichés manidos con los cuales aparece como dicotómico el ser paisa y afrodescendiente, advirtiendo de paso que ya no será posible la defensa y existencia de una única manera de vivir la afrodescendencia ni la tradición paisa; al menos no sin profundizar la invisibilización, la discriminación y el desconocimiento de quienes a sus hijos heredarán la ciudad junto a ls marcas identitarias ancestrales afrodescendientes.

Como en el poema satírico brasilero, resulta claro que en la ciudad ya no hay negros no, hoy todos somos ciudadanos. Tal ciudadanía, cultural e identitariamente cargada de diferencia, nutre la vida cotidiana de la ciudad, sus calles y sus barrios preguntando por su lugar en la distribución de los beneficios de pertenecer a la ciudad, aunque hoy las respuestas resultan precarias e insuficientes.

sábado, 9 de octubre de 2010

Cinco convenciones del mundo domesticado

Vivimos en tiempos de desencanto en los que, algunos y algunas, soñamos con mares de serpientes que nos engullen y no mueren. Infortunadamente, otros se han convertido en domesticadores de serpientes, las azuzan, les enseñan y las ponen en nuestros sueños convirtiéndolos en pesadillas. En el sopor de los días que pasan, se dibuja su placidez socarrona invitando a vivir de manera intransitiva, sin peso, sin mayores cavilaciones, convertidos en gestores de un mundo hecho a la medida; moldeado para que sea así como es.

Estos paladines del presente eterno son muy buenos vendedores. La gente corriente, de edades disimiles y diversas procedencias, ha aprendido a comprarles, a precio de rebaja y rutinariamente, sus paquetes sin contenido, trenzados con el lazo del olvido, la erosión del porvenir y la memorización lacónica del pasado, el cual se endosa a los contradictores como advertencia gravitatoria del futuro incierto que prometen.

Para estos nuevos adalides del bienestar generalizado y la comodidad de los tiempos que vivimos, las cifras pueden ser escabrosas, pero siempre evidencian que hemos mejorado: desempleo, pobreza, desplazamiento, son problemas cada vez menos incidentes en el malestar popular, según dicen cada mes por cada medio que les crea.

En estas condiciones, aparecen expresiones trilladas que, de tanto repetirlas, se vuelven consistentemente convincentes para el común de las personas. Veamos las que considero má frecuentes, rutinarias y lamentables:

1. Nada puede cambiar

Como si fuera un mantra místico, los Gurú del tiempo occidental se han vuelto expertos en trastocar los mundos culturales para instalar en occidente, tan lejano a esos asuntos, la sensación de que el cambio es aparente. Lejos de atisbar el abismo del porvenir, se importa afanosamente la idea (occidente son sólo ideas, debemos recordarlo) de que la nada nos circunda; incluso pagando a muy buen precio a adelantados orientales que esclarezcan el camino de la iluminación hacia el nirvana mágico de la quietud, en el que ni dolor, ni afanes, ni lamentaciones resultan posibles.

Un cisne místico nadando en aguas turbulentas se convierte en su mejor imagen, pues sea cual sea la tribulación externa debemos aspirar a la paz interior, a la quietud reverente frente al destino y a la bienaventuranza de los mansos, cuya recompensa será una vida sin problemas que les atormenten.

2. Confiemos en la capacidad de nuestros liderazgos 

Como si el destino de la humanidad estuviera trazado por una mente providencial o un sabio inteligente y contemplativo, la promesa de que el poder establecido, político y económico, sabe lo que hace y tiene la mejor fórmula para contener las fuerzas invisibles del presente y sus efectos impronosticables, se sitúa la idea de que la gente común es absolutamente ignorante y ello constituye el mejor aprendizaje de la historia. Por lo contrario, los que aprenden el juego del monopolio de la sabiduría, se lanzan decididamente a la conquista de la felicidad, al triunfo construido con actitud ganadora, al entusiasmo de los emprendedores, sin mayores preocupaciones por las innecesarias pestes de un futuro compartido.  

Siendo así, la conquista de la felicidad consiste en caminar plácidamente por las sendas de la ignorancia. El refugio interior, el aislamiento solipsista, la vida anónima, la eliminación del riesgo y la aventura desconocida son productos vendidos con éxito por los publicistas del momento.  El monje en su ferrari sube rápidamente la cuesta del éxito para contemplar, en solitario y a lo lejos, las ciudades repletas de sin sentido, llenas de prisioneros convencidos de lo innecesario que resulta desgastarse en cavilaciones y concienzudas lecturas radicales que no cambian mayor cosa con su romanticismo, según profetizan.

3. No aguanta "voletearse" así.

De tanto en tanto, cuando sobrevienen cantos de batalla, los expertos financistas y los publicistas aliados se avalanchan a convocar el protagonismo de los indiferentes; estas extrañas creaciones que, avidamente, abren sus fauces para ser alimentados por la mano dadivosa de la prensa y la televisión al servicio de la precariedad cerebral y la erosión del pensamiento. Culos, balones y sonrisas se convierten en la fuente noticiosa apetecida por estas crías a las que incluso se les ha enseñado a salir a la calle a decir no más con odio y con fiereza, sin importar que tanta convicción expresen, más allá de sus recién estrenadas camisetas.

Los indiferentes, una vez se han mostrado; animados por tal esfuerzo retornan a sus vidas anónimas, a la levedad de su pequeño nirvana, construido porfiadamente a fuerza de no pensar, no decir, no gritar y no soñar; porque para ellos la vida no es sueño sino letargo, una larga marcha de adormecimiento mudo en la que no vale la pena voletearse, contradecir ni protestar si no está permitido.

4. Para qué ponerse a pelear

Los promotores de la quietud y la indiferencia se han vuelto especialmente eficientes en promover la no violencia. Avisados como están de que en esa ruta coinciden muchos y muchas, aunque difieren en sus expectativas, se han especializado en una lectura unidimensional del pacifismo y la vida cosmopolita para la que toda forma de protesta y de alzamiento contra el sistema que administran y del que se benefician puede denunciarse como terrorista. Por esta vía, terrorista es el que duerme en la calle y el que dispara fusiles; el que lleva alimentos en un barco hacia Palestina y el que pone una bomba en pleno centro de Nueva York; el del carro bomba y el estudiante universitario; el que escribe en contra y el que no afirma lo que ellos escriben. Terroristas hay en todos lados; así aun no adviertan que ya han sido marcados. 

A escala planetaria y en el pequeño poblado, el discurso contra el terrorismo se ha convertido en la mejor estrategia de contención de las disidencias, para lo que toda estrategia resulta útil: chuzadas, juicios falsos, falsos testigos, chismes precautelativos, guerras preventivas, cárceles especiales, noticias espectaculares. Todo vale para persuadir a los indiferentes de que odien, denuncien y se movilicen antes de que, efectivamente, los terroristas actúen; por lo que hay que cerrar espacios y rendijas por las que hasta el más pequeño terrorista quepa, sea quien sea pues, sutilmente han logrado que la gente crea que terrorista es cualquiera: ¡su vecino o quien comparte la cama!

5. ¡Ahí están, esos son los que joden la nación!

Cuando no les creen; cuando sospechosamente los indiferentes se muestran alertas frente a ciertos discursos mal publicitados; como gato en el vacío encuentran la manera perfecta de retorcerse y pisar airosos el suelo de la victoria: ¡la culpa es de la vaca! Son los otros los que han generado el problema: Que no hay empleo: culpa de la guerrilla; que no hay salud: culpa de los sindicatos; que no hay educación: culpa de los maestros; que la universidad cerró: culpa de los estudiantes; que aun hay guerrilla: culpa de los que no denuncian... Así, la nuestra se ha vuelto una sociedad de la culpa en la que la retórica oficial resulta siendo la voz de heroicos altruistas que se sacrifican y esmeran porque las cosas no sean como siempre han sido.

En ese orden, las oligarquías resultan fortalecidas; cantando incluso en su nombre y en favor de sus chequeras y sus acciones las viejas consignas y canciones que en otro tiempo se oían en boca de sus enemigos: Ahora el Ché es un luchador envidiable y un excelente vendedor de camisetas, Camilo un bien intencionado cura engañado, y los mamertos setentudos: ¡Que nostalgia! ¡Yo también tiré piedra!, pero esas eran otras épocas que, afortunadamente Fidel ya se dio cuenta, ya pasaron; dicen.

Seguro hay muchos otras proclamas en su credo, cuyo hastió me atormenta. Pese a su eficacia, el mundo de los financistas y los publicistas; ese que les compra la placidez de la gente indiferente y domesticada, resulta insoportable incluso para ellos. En las infatigables cumbres mundiales que promueven empiezan a notarse las tensiones y fisuras de su bien armado rompecabezas. La insostenibilidad del presente les asusta, no solo por el peligro de que se vuelva poco rentable sino además por las incesantes alertas de que, aun en estas circunstancias, siguen sumándose las voces y las acciones de aquellas y aquellos a los que no les basta decir empaque y vámonos; constructores de alternativas, soñadores de mundos posibles y otros: artesanos del porvenir.

En todo caso, me levanto convencido de que, si unos domestican serpientes que esparcen un veneno soporífero por doquier, otros hay que fabrican antídotos contra el insomnio, la quietud y la pasividad que aletargan y no dejan sentir la codicia, la insolidaridad y la soberbia de los domesticadores. 

sábado, 2 de octubre de 2010

¿Está usted de acuerdo y se compromete?

"Mucha gente habla, dentro y fuera de la universidad, de los fantasmas setentudos que rondan sus patios interiores. Sin embargo, parece que las cruces esvásticas con sus espectros ceremoniales no faltan entre sus sombras"


Jaime Rafael Nieto López

Columna Universidad de Antioquia: Verbo y cuchillo


Más allá de todo dolor, nuestra universidad permanece viciosamente cerrada.


Las circunstancias que han llevado al Consejo Académico a 'recomendar' el actual cierre nos dejan el sinsabor de la intolerancia en los eventos del 15 de septiembre, la indiferencia de la mayoría de las y los antioqueños y antioqueñas por su Alma Mater y la impaciencia de los que creemos que una universidad vacía, en silencio y de puertas bloqueadas es una negativa a reconocerla plural, diversa y pública; con lo que se visibiliza el que en la universidad se vienen enfrentando dos modelos culturales disimiles que aun no encuentran alternativas creíbles para un acercamiento dialéctico: Uno, el que la pretende al servicio de la empresa privada, contratada y ordenada para producir y sostener el mundo tal cual está. Otro, el que se reviste de nostalgia para resistir, contra todo pronóstico, los fuertes vendavales del autoritarismo y la verdad única.

Para los seguidores del primer modelo, la universidad cumple un papel valioso en torno a su misión de promover el saber, la ciencia y la tecnología; sin mayor deliberación respecto de a que modelo societal aporta, pues tales construcciones resultan funcionales al dinamismo del sistema capitalista imperante. Por esto, para muchos de ellos lo que ocurre en la universidad no es sino la cooptación de sus espacios y de los ingenuos muchachos tirapiedra por las bandas delincuenciales y los narcotraficantes de la ciudad, promotores del desorden, la venta de drogas, el tráfico ilícito de libros y películas y las ventas informales; situaciones para las que resulta suficiente con irrumpir a la fuerza en el Alma universitaria, bloquear el ingreso de los disfuncionales y promover, como alternativa conciliatoria, una campaña que, aunque bien intencionada, no satisface el tratamiento integral de las complicaciones presentes en este resguardo de la diversidad ni garantiza que, una vez ordenen reabrir sus puertas, la universidad discuta con calma y sosiego sus diferencias y provoque la unidad de los diversos.


Para los que se oponen a meterlo todo en el mismo saco, los del segundo modelo, la universidad es un proyecto societal en el que las lecturas alternativas y la producción del consenso en torno a su misión y sus obligaciones no se reducen a la enunciación criminal de las situaciones que en ella se escenifican ni al encumbramiento de dicho espacio por sobre los problemas cotidianos y estructurales del país, como si los mismos no fueran en ella sino motivo de ejemplo en las diferentes cátedras, anticipaciones nocionales de un mundo aciago por venir. Situados en esta orilla, lo que pasa hoy con la universidad resume las feroces tensiones sociales y políticas que polarizan a unos y otros en el país por la disputa territorial, la inacción estatal, la tolerancia criminal, la connivencia con la ilegalidad, la arbitrariedad policial, el autoritarismo gubernamental, la pasividad societal, la negación y ocultamiento del otro, el cerramiento de lo público, la erosión de lo colectivo, la prisión de la individualidad, los gritos de unanimismo, las batallas de los resistentes, la precariedad en el ingreso, la carencia de alternativas laborales dignas, el desempleo y el incremento de la delincuencia y la criminalidad.

Ante el tamaño de tal desencuentro, la universidad tiene razón al preguntarse si su funcionamiento debe blindarse de prácticas ilegales y ventas informales, tanto como motivar a sus integrantes a comprometerse con el respeto de los principios de liberta de expresión, de investigación, de enseñanza y aprendizaje, rechazando todas las formas que impliquen su vulneración. También por ello la universidad debe ser construida sin ninguna forma de violencia, amenaza o intimidación; ni la del estado ni la de los ciudadanos ni la de los múltiples actores armados y autoritarios oficiales y extraoficiales. Sin lugar a dudas la universidad no puede ser un espacio para promover el tráfico, expendio y consumo de estupefacientes ni debería convertirse en un emporio de ilegalidad.

A todo ello debemos responder sí, con total claridad y sin vacilación; pero, de igual manera, debemos generar las condiciones para consultar y responder si estamos de acuerdo y nos comprometemos a conservar pública la universidad de las y los antioqueños; si en ella opinar y protestar pueden ser considerados o no delitos; si para enfrentar sus problemas el Gobernador y sus cuadros directivos pueden acudir o tolerar la vulneración de sus estatutos y su autonomía, cuando se quiera y por lo que se quiera; si se deben revisar los estamentos estudiantiles para garantizar una mayor vinculación de tal colectivo en las decisiones de importancia;si la universidad debe ponerse al servicio de un proyecto político alternativo que promueva la incidencia ciudadana y la participación; si para cumplir sus objetivos misionales resulta posible que la universidad se venda a postores que constriñan su independencia; si puede darse el lujo la universidad de las y los antioqueños de dejar por fuera de sus aulas a tanta gente cada semestre, sin que aparezcan en el horizonte alternativas más responsables que garanticen el derecho a la educación de quienes no pueden costearlo en universidades privadas.

Seguramente son más las preguntas que deban hacerse a ambos mundos de la vida universitaria; no con la intención de exacerbar sus diferencias sino en el propósito de gestar un modelo de universidad que geste un nuevo país; uno en el que se pueda estar de lado y lado en una mesa en la que la muerte no ronda; en el que se garantice un circuito digno que vincule el estudio, el empleo y el bienestar; en el que la seguridad no signifique la eliminación del opositor ni la connivencia conveniente. Un país en el que, finalmente, la universidad esté a su servicio; no con sus vicios.

sábado, 25 de septiembre de 2010

El problema


¿El problema será que en el Aeropuerto 'vuelan' personas que consumen drogas y jíbaros que las venden?

¿El problema será que hay venteros ambulantes; muchos de ellos estudiantes que se autoemplean?

¿El problema será que la policía debe hacer su trabajo fuera de la universidad; antes de que los delitos se cometan en la universidad?

¿El problema será que se democise marihuana o cocaina en los alrededores de la Universidad y que los narcóticos giran alrededor del claustro antioqueño?

¿El problema será que denominar olla a la Universidad de Antioquia le resulta rentable a algunos?

¿El problema será que el ESMAD necesita una sede cómoda, amplia y bien ventilada como la ciudadela universitaria?

¿El problema será la miopía de los que quieren creer que la Universidad es "una de las plazas de vicio más rentables de la ciudad, si no la más"?

¿El problema será que en la Universidad vendan libros y cd que desconocen derechos de autor?

¿El problema será que, de tanto en tanto, aparezcan encapuchados en medio de una manifestación?

¿El problema será que a la Universidad ingresan extraños?

¿El problema será que la Universidad puede ser cerrada y ni nos inmutamos?

¿El problema será que se cree que una universidad pública cerrada genera orden y seguridad?

¿El problema será que toda forma de protesta tenga que ser contenida y socavada?

¿El problema será que hemos perdido la capacidad de pensar históricamente los problemas de nuestro tiempo?

¿El problema será que la libertad vive entre dilemas irresolubles?

¿El problema será que el proyecto de universidad escrito por el empresariado difícilmente puede producir una sociedad bien ordenada?

¿El problema será que la Universidad Pública no es, simplemente, un bastión mercantilista?Añadir imagen

¿El problema será que una Universidad militarizada no piensa ni deja pensar?

El problema como canta Silvio Rodriguez, "no es despeñarse en abismos de ensueño porque hoy no llegó al futuro sangrado de ayer.El problema no es que el tiempo sentencie extravío cuando hay juventudes soñando desvíos.El problema no es darle un hacha al dolor y hacer leña con todo y la palma. El problema vital es el alma. El problema es de resurrección. El problema, señor,será siempre sembrar amor".

domingo, 19 de septiembre de 2010

¿Proscribir la protesta? Un necesario adiós al siglo XX


“Un no como una casa, grande como una casa,
Donde un día podamos alojar nuestros sueños"

Armando Tejada Gómez

No son pocas las evidencias de que los logros de la humanidad en el siglo XX, impresionantes por su enorme desarrollo tecnológico e instrumental, palidecen en la precariedad del desarrollo humano alcanzado. Los altos índices de pobreza, vida en miseria, violencia, exportación de la guerra, tráfico y consumo de armas, persistencia de esclavitudes, negación de derechos en condición heredable; entre tantos otros males de nuestro tiempo, nos persuaden de ello y nos exigen, hoy más que nunca, reclamar un mundo posible frente a l defensa resignada del presente. De manera especial hoy, la satanización de la protesta como alternativa en la deliberación pública resulta siendo uno de los peores inventos sociales del siglo XX, por la que se hace coincidir la impotencia y la incapacidad para transformar la vida concreta de seres humanos en aldeas, ciudades y naciones con un modelo relacional y político en el que la contienda ideológica y la movilización que cuestionan tal estado de cosas resulta proscrito.

Protestar, esa actividad por la que los individuos y colectivos lanzan sus ideas en lo público puño en alto, voz en grito y pie marchando, ha venido a convertirse en un crimen contra el orden, la serenidad, la quietud, la pasividad de quienes piensan que vivimos en el mejor de los mundos posibles o, por lo menos, en el que nos tocó vivir con resignación. La lectura gelatinosa de nuestro tiempo deja entonces el sinsabor de la derrota imaginativa, de la precariedad del pensamiento, de la erosión de la creatividad de un lado y del otro, si se mira cómodamente desde un supuesto centro en el que se quiere que todos quepan, siendo que no pueden.

Para quienes la protesta es perversa, molesta e incluso criminal, resulta provechoso que se extienda la presencia policial y el control institucional hasta el último recodo de libertad, incluidas las universidades públicas; que se privaticen los servicios públicos, que las calles sean limpiadas de “esa gente indeseable”, que el pensamiento sea único y que el mundo no exprese más tensiones que las nacidas de acostumbrarnos a vivir en él tal como es, prisioneros del encantamiento y la exultación absurda que, hay que decirlo, esconde las graves fisuras sociales, políticas y económicas de nuestras naciones.

Para quienes, por lo contrario, no terminamos por aceptar que las cosas son como son, que la controversia resulta fundamental para aventurarnos a soñar, pensar y crear nuevos mundos, distintos, alternativos, otros; la protesta se constituye en un referente simbólico y actuacional que reclama la ampliación de las fronteras de nuestro tiempo, el desvertebramiento de la quietud, el protagonismo de la acción y del actor. Desde esta orilla, pesimista, según sus críticos; proscribir la protesta atenta contra la infatigable capacidad humana para generar formas alternativas de hacer nuestro al mundo que vivimos y al que no basta, simplemente, padecerlo.

Tal como un pensador latinoamericano, José Carlos Mariategui, escribiese hace algunas décadas, “los que no nos contentamos con la mediocridad, los que menos aún nos conformamos con la injusticia, somos frecuentemente designados como pesimistas. Pero, en verdad, el pesimismo domina mucho menos nuestro espíritu que el optimismo. No creemos que el mundo deba ser fatal y eternamente como es. Creemos que puede y debe ser mejor. El optimismo que rechazamos es el fácil y perezoso optimismo de los que piensan que vivimos en el mejor de los mundos posibles”.

Nuestro mundo puede y debe ser mejor. Por ello no resulta creíble que se pueda proscribir la movilización de quienes, en espacios privilegiados para ello como la universidad, se visibilizan y movilizan arriesgando incluso su vida para decir lo distinto, para proponer nuevos modelos de negociación y participación, en los que quepa el disenso y la alternativa. Expresiones arrogantes y autoritarias como la del Gobernador de Antioquia o manifestaciones hostiles como la intrusión del ESMAD para “contener” una manifestación desarmada y pacífica de las y los estudiantes de la Universidad de Antioquia dentro de dicho claustro, se convierten en atentados inciertos contra la palabra y el poder combativo del discurso. 

Para quienes afirmamos y enseñamos que la democracia no es un espantapájaros al servicio de los bribones, resulta de suma importancia reconocer que su construcción y su fortalecimiento nacen de un ejercicio radical por dejar de lado las armas, las del Estado y las de los ciudadanos; para concentrar los esfuerzos en el debate; aun en condiciones de denuncia, rebeldía y beligerancia. Para quienes confunden el poder con las funciones de control y represión en manos del Estado y los gobernantes, resulta imposible entender otras razones que las del encantamiento y la domesticación. Por ello se pontifica y se maldice a quienes, sin poder según se cree, acuden a la protesta ciudadana como el instrumento para gestar condiciones de interlocución creíbles. 

Negar entonces que la democracia consista en disciplinar a los ciudadanos y en desatar la furia del gobernante, resulta necesario; mucho más cuando las autoridades oficiales aspiran a desinstalar la protesta como un instrumento ciudadano válido. Desconocer que en los espacios públicos como el universitario se puede protestar y que ello es sano para la democracia, es aspirar a un mundo único y homogeneizado, en el que lo diverso fácilmente se califica como terrorista; sobrada razón para pensar que, definitivamente, falta un adiós rotundo al domesticado siglo XX.

domingo, 12 de septiembre de 2010

¿La dictadura de la inmadurez?




La sociedad occidental se encuentra en un enorme dilema: o reconoce que no tiene idea de cómo enfrentar la educación de sus nuevas generaciones o advierte que dar un paso atrás para encontrar el rumbo podría ser sensato.


Resulta claro que quedaron atrás los tiempos en que la letra con sangre entraba; cuando los castigos físicos, la demonización de la infancia y la arbitrariedad del mundo adulto se imponían sin más a las y los niños y jóvenes, prisioneros por lo mismo de la razón sin razón. Sin embargo, de manera abrupta la sociedad aceptó que las razones podían justificar el comportamiento errático de las y los niños y adolescentes quienes, sorpresivamente, terminaron por imponer en poco tiempo la "dictadura de los inimputables" como la denomina el periodista Saúl Hernández. 

Hoy estamos frente a las evidencias de que, adultos, niños y adolescentes vagamos y dormitamos en el sin sentido en la casa, en la escuela, en la ciudad, en el país y en occidente; como un profeta que no encuentra su voz en medio del desierto. Resulta fundamental, entonces,  hallar un rumbo que conmine a la sociedad occidental a trasladar decisiones al campo de la acción pública, preñado hoy por la vacilación, la indecisión y la impericia.

Nada más imperioso que quienes podemos, nos volquemos a pensar y concretar alternativas ciertas que encaminen nuestro tiempo. Las alertas son inminentes para quienes vivimos en aldeas, pueblos y ciudades en las que los niños y las niñas mueren, son amenazados, pueden morir o matan, se embarazan sin pensarlo ni creerlo,  son adormecidos por los cantos de las mil drogas disponibles, dejan de aprender sin que haya quien pueda enseñarles, se integran a ejércitos de mercenarios o, simplemente, padecen atónitos el desbarajuste que les tocó por suerte; en el que no encuentran y, a veces, ni siquiera buscan, una oportunidad para intentar despertar.

De manera singular, quienes en la escuela estamos en la aventura de construir sentidos en medio del sin sentido, deberíamos promover iniciativas que entusiasmen a nuestros niños, niñas y jóvenes a leer su tiempo de manera diferente; a contracorriente del desgano con el que las y los adultos hemos imaginado y constreñido su mundo y sus posibilidades. Deberíamos haber generado ya los dispositivos que les permitan a nuestros niños, niñas y jóvenes bloquear la capacidad de inacción; la incapacidad de transformar el mundo adulto que les estamos legando. ¿Legando?

Por ello no creo que el asunto sea simplemente endurecer las penas o criminalizar la infancia como alternativa para enfrentar la dictadura de los ininputables. Si bien pueda resultar necesaria una relectura de las construcciones jurídicas para el tratamiento de la violencia delincuencial perpetrada por menores de edad, ello sólo constituye uno de los diversos frentes en los que nuestra sociedad requiere una cirugía de alta precisión y alto costo.

Sumado a ello, considero que se debe incrementar la exigencia a quienes como padres y madres resultan responsables de la crianza y la educación de las y los menores. No podemos contentarnos con el triste espectáculo de ver a los hogares convertidos en circuitos residenciales, sin mayores normas que las gestadas en los estrados judiciales. No veo cómo podamos permanecer optimistas frente a padres y madres convertidos en proveedores de alimentos, vestido y diversiones. Si queremos una plataforma sólida para crecer en libertad, no confundamos a las y los adultos para que permanezcan pasivos ante el grito, la intransigencia, el reclamo agitado, los horarios sin límite y las prácticas sin monitoreo ni orientación que se convierten en ventanas de inseguridad y desprotección del frágil mundo infantil y adolescente. Necesitamos volver a reconocer que hay una edad en la que la adultez opera, de manera dialogante y descentrada, ante el hecho de que no estamos completos ni somos autónomos ni podemos solos con lo que el mundo occidental pone en manos de quienes, hoy; más que vivir su infancia la padecen. Si bien la adultez no representa un mundo entero, es necesario confrontar la vida infante y adolescente desde los referentes de la adultez y viceversa, sin que la vida adulta se atomice y se infantilice, perdiendo su especificidad; al tiempo que asuma con seriedad el hecho de que hemos perdido de vista no sólo qué significa ser adulto sino además cuál es el sentido de la adultez en la vida de niños, niñas y adolescentes.

No podemos contentarnos, tampoco, con la desazón que produce en la escuela la contemplación perpleja de códigos de derechos que no comportan simultáneamente sanciones y penalidades para los pactos de odio, las caricias del desamor, las voces del rencor y otras mil maneras con que los adultos toleran y, no pocas veces,  promueven el comportamiento antisocial en aquellos y aquellas a las que, en la casa como en la escuela, una voz fuerte, una directriz clara y una orden no negociable podría hacer tanto bien y a tiempo, sin que se vean alterados los derechos, la dignidad, la singularidad la diversidad y el respeto por el sujeto adolescente que se cultiva; se hace a valores culturales reinterpretados en la construcción de su subjetividad, en las aulas y en los hogares.

No podemos contentarnos con el patético espectáculo de contar con instituciones públicas que, adoptando el discurso de la libertad y la subjetividad, dejan el problema de la educación, de la orientación, de la formación; perspectivas opuestas y diferentes entre sí, y de la maduración o crecimiento en la autonomía moral del sujeto adolescente en manos de una supuesta sociedad que no existe ni, existiendo, puede hacerlo porque no sabe qué ni cómo ni cuándo hacerlo. Tal como le ocurre al ambiente, necesitamos dejar de producir códigos contaminantes para transitar hacia modelos normativos libres de polución, promotores de armonía y balance entre la vida infante, adolescente yadulta. 

La nuestra es una sociedad en busca de culpa y, por eso, creemos que basta penalizar con mayor dureza al infractor infantil o adolescente para que desaparezca el problema. Con un poco más de cordura, deberíamos advertir sin reato que hemos producido un mundo irresponsable, equivocado e inmaduro, en el que niños y niñas, adolescentes y adultos pervivimos en el mayor de los equívocos posibles, sin atrevernos a contener el aire, abrir los ojos y detenernos un momento, antes que sea irremediablemente insensato seguir andando. 

Por ello, habría que auscultar más allá de la institucionalidad escolar para entender los asuntos intersubjetivos que vinculan a infantes, adolescentes y adultos a la realización de sus propias historias y a la articulación de nuevos referentes de relacionamiento y rumbos alternos para producir tanto la educación como el acompañamiento a la expresión de las tensiones que tal diferencia comporta.

jueves, 5 de agosto de 2010

El peligro de una historia única




Chimamanda Adichie es una joven novelista nigeriana cuyos tres libros publicados no están aun disponibles en Colombia, pese a haber ganado varios premios internacionales. (Algo alrededor de tu cuello, 2010; Medio Sol Amarillo, 2007; y La flor púrpura, 2005)

En internet está disponible su conferencia "el peligro de la historia única", una muy inteligente presentación del problema del centrismo cultural y sus implicaciones en la mirada del otro como un todo homogéneo. Algunas de las referencias planteadas por esta novelista, aparecen bajo otras consideraciones en mi libro aun en proceso de cierre "africanía, cimarronaje e independencia".

Al igual que Adichie, a quien remito no sólo por su origen africano sino por el hecho de ser mujer, comparto el que la historia leída en una única fuente produce no solo tergiversaciones sino estigmatizaciones fáciles y vacuas, las cuales difícilmente se desinstalan sin un ejercicio que las haga conscientes.

Un ejemplo de ello, acaba de ocurrir cerca a mi: mientras revisaba el video de la conferencia de Adichie, con audífonos puestos, mi hija me ha preguntado ¿ella en qué idioma habla? Por supuesto, la pregunta podría ser inocente, pero no me resistí a la tentación de problematizarla.

¿Por qué debería suponer mi hija que Adichie habla en otro idioma? ¿En qué idioma se habrá imaginado que hablaba esta mujer negra, con pañoleta en su cabeza? Por supuesto que le he preguntado a mi hija, de cuya educación étnica y cultural me siento personalmente responsable, en qué idioma creía que Adichie hablaba. A pesar de sus 12 años de descolonización, producto de mi particular versión del mestizaje,mi hija evidenció una hermosa cara de sorpresa y perplejidad por mi pregunta.

Permítame le pregunto a usted: ¿En qué idioma habla el otro; los otros? ¿Por qué suponemos, sin más, que el idioma del otro es diferente? ¿cómo es que estamos seguros de que el otro habla un idioma que entendemos? Por supuesto, no me refiero a las palabras y a la construcción semántica que nos permite interpretar el mensaje del otro en un código compartido. Me refiero a las comprensiones, a la historia detrás de los cuerpos y las mentalidades, cuyo sentido difícilmente problematizamos en la vida cotidiana.

El otro no suele ser sujeto de nuestro pensamiento. Generalmente nos relacionamos con el otro y con los otros y las otras sin mayores discusiones respecto a qué son para mi, cuál es su historia, su antecedente, su ancestralidad. Peor aun, difícilmente nos preguntamos qué nos vincula con la otredad de ese o esa que no soy yo.

También nosotros corremos el peligro de construir historias únicas, vaciadas de diferencia y reconocimiento; y no sólo los europeos o euroestadounidenses llenos de la superstición de su superioridad, construida a lo largo de siglos de llenarse de sí mismos.

jueves, 8 de julio de 2010

¿Ministros monocromáticos?

Me ha causado mucha curiosidad la inquietud de Francisco Santos porque su primo, el nuevo presidente de Colombia, Juan Manuel Santos no haya hecho ningún nombramiento identitario afrodescendiente en su gabinete ministerial.

El asunto resulta sorpresivo porque Colombia ha suscrito diversos compromisos internacionales contra la discriminación y el racismo, en especial los emanados de la Convención Internacional sobre todas las formas de discriminación racial; a partir de la cual, entre muchas otras políticas de visibilización y reconocimiento, se ha promovido la participación afrodescendiente en cargos investidos de autoridad a todo nivel.


¿Discriminación racial en la designación de Ministros y Ministras?



En su primer artículo, la convención adopta la expresión discriminación racial para denotar "toda distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en motivos de raza, color, linaje u origen nacional o étnico que tenga por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio, en condiciones de igualdad, de los derechos humanos y libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural o en cualquier otra esfera de la vida pública".




Así, si se considera que no incluir a una persona afrodescendiente resulta una abierta forma de exclusión y restricción, así como una manera de establecer preferencias asociadas a la pigmentación y el origen étnico de la cuarta parte de las y los colombianos, ello resulta siendo una nueva evidencia del carácter segregacionista de dicha práctica, rota con la designación de Paula Marcela Moreno como ministra de Cultura en el gobierno del expresidente Alvaro Uribe.


De igual manera, la no designación de una persona por su color de piel contraría la convención en su artículo quinto, al negar a las y los afrodescendientes el derecho de "participar en el gobierno y en la dirección de los asuntos públicos en cualquier nivel, y el de acceso, en condiciones de igualdad, a las funciones públicas".


La política étnica de museo



Queda claro entonces de lo que se trata: el gobierno del Presidente Santos no considera pertinente insistir en una política del reconocimiento que enfrente el hecho de que Colombia ha vivido por largos doscientos años de vida republicana sucesivas e históricas exclusiones que han marginado a amplios sectores de la población de la conducción de los asuntos públicos en razón de su color de piel y procedencia étnica.


No obstante, para no dejar el sinsabor de elitismo e insistencia en viejas supremacías en tan abierta exclusión, el Presidente Santos se reunió con autoridades indígenas en la Sierra Nevada. Muy bello el ceremonial de reencuentro con los elementos de la maternalidad humana, a los que el Presidente se comprometió a cuidar y preservar; sin embargo, tal ritual está lejos; muy lejos de evidenciar una práctica incluyente de la diferencia.



Lo que las y los colombianos que adscribimos a una identidad étnica aspiramos es a vivir en un país en el que no se nos deje al margen de la vida pública ni se nos estigmatice como incapaces ni se nos vanalice por el hecho de portar una piel y una tradición cultural diferente. La calidad con la que la exministra Moreno gestionó y adelantó importantes acciones de defensa patrimonial, reconocimiento étnico e identitario, mercado cultural y gestión cultural local, nacional e internacional resulta protuberante como para que, sin más, tal empeño haya sido invisibilizado por la decisión, hay que decirlo, discriminatoria del Presidente Santos; a quien habría que denunciar, no sólo porque lo haya dicho su primo sino porque faltó a compromisos nacionales de visibilización étnica, ante el Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial.



Esperemos que pronto advierta su equivocación y pueda dar crédito a quienes aspiramos que este sea un gobierno en el que, para las étnias colombianas, también haya llegado la hora de la prosperidad.

lunes, 14 de junio de 2010

Mariátegui: Un autor urgente





"Los que no nos contentamos con la mediocridad, los que menos aún nos conformamos con la injusticia, somos frecuentemente designados como pesimistas. Pero, en verdad, el pesimismo domina mucho menos nuestro espíritu que el optimismo. No creemos que el mundo deba ser fa tal y eternamente como es. Creemos que puede y debe ser mejor. El optimismo que rechazamos es el fácil y perezoso optimismo panglosiano de los que piensan que vivimos en el mejor de los mundos posibles".

Así escribía José Carlos Mariátegui para El Mundial, Lima, 21 de Agosto de 1925.

Hoy, precisamente hoy, 14 de junio fecha de su natalicio (1894),resuenan en mi estas palabras, mientras preparo un escrito sobre educación y conflicto.

¿Qué sabrán las nuevas generaciones sobre José Carlos Mariátegui? Tal vez muy poco o nada de este ensayista crítico, inteligente, preciso y meticuloso, marxista latinoamericano, que se atrevió a leer distinto cuando todos repetían.

Sus Temas de Educación, 7 ensayos de análisis de la realidad peruana, la escena contemporánea, ideología y política, entre otras obras tal vez más importantes que las que conozco hasta ahora, me llevan a recomendar a maestros, estudiantes y profesionales el acercamiento a este autor para el que resultaba claro que la ruta de América no es la de la repetición: "No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heróica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano".

Mariátegui siguió un rumbo que pocos conocen: el de la originalidad. Su obra es la evidencia del discurso sin permiso, sin reglas prefabricadas ni rectores, en el que el indigenismo y el americanismo aparecen como posibilidad de ser; como aportantes al decurso histórico. .

Recuperar a Mariátegui en las Ciencias Sociales, en la Educación, en su significación para el pensamiento político latinoamericano, resulta capital para quienes aspiramos a aportar en la construcción de un mundo posible y mejor.

Sus obras completas, grata sorpresa, están digitalizadas en ésta página web.


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