sábado, 19 de marzo de 2011

La memoria de los bastardos

"(…) sueño con país y con un mundo en el que las diferencias raciales carezcan de importancia. Ojalá uno no fuera definido por su pertenencia a un grupo, a una nación o a un pueblo, sino que cada ser humano fuera considerado por lo que es en sí mismo. Las culpas caducan y no conviene vivir siempre rumiando la memoria del oprobio. (...) La identidad no es colectiva. Cada uno es lo que es".


Hector Abad Faciolince (El puñal y la herida)


Escribir una columna de un importante periódico capitalino puede conllevar, seguramente, encontrarse ante un momento desafortunado, estéril y falto de mesura; tal como le sucedió el pasado domingo a Hector Abad Faciolince en su columna para El Espectador. En circunstancias como esas, puede equipararse, sin más, a un ‘nazi’ con un ‘negro’; convirtiendo por tal ligereza a una víctima de la esclavización en un enemigo de la humanidad. ¿Qué tiene que ver la ideología extremista aria, reclamada aun y practicada de manera airada por algunos exacerbados de la derecha, con las prácticas institucionales de protección, salvaguarda y restitución de derechos entendidas como acciones afirmativas a favor de los afrodescendientes? ¿A quién se le ocurriría combinar tales asuntos y cometer tal exabrupto? 

No quiero atacar al señor Faciolince, algunos de cuyos libros han sido motivo de mi deleite y de mi generosidad. Sin embargo, debo notar que resulta bastante desdeñosa su actitud apologética del olvido que hemos sido y en abierto despotrique, en varias columnas ya, hacia quienes comprometen su vida con la defensa de los derechos del grupo étnico afrodescendiente en Colombia; en un claro descuido del mesoismo, esa práctica de mesura y equilibrio a la que invitaba su padre; el médico e igualmente defensor de derechos humanos funestamente asesinado, Hector Abad Gómez. La actitud burlona y despectiva con la que Abad Faciolince se dedica a estos asuntos contradice el trabajo de quienes, con seriedad y bastante mesura de por medio, articulan en la academia, en la prensa, en la literatura, en la cátedra, en ejercicios investigativos, en prácticas organizativas y en procesos de educación y movilización; acciones de esclarecimiento e indagación en torno a la historicidad de la presencia étnica de quienes, por su ancestro marcadamente africano, alcanzan protagonismo casi exclusivamente en las cifras y estadísticas de la ignominia y en las tasas con las que se mide el prejuicio, la injusticia, la pobreza, la marginalidad y la exclusión. 

Para cualquier persona medianamente consciente; y el señor Faciolince lo es en mayor grado, resulta obvio que las practicas de purismo y racialización, sexismo y xenofobia sobre las que se perpetúa social, cultural e institucionalmente ese producto capitalista que es el racismo deben ser combatidas sea quien sea el que resulte víctima de las mismas; mucho más cuando se remiten a estereotipos pigmentados que convierten al ‘blanco’, ‘negro’ o ‘indio’ en el objeto de injusticia, burla, caricaturización, amenaza o minusvaloración. 

Resulta igualmente consistente la afirmación de que las acciones para producir y distribuir bienestar por parte de los organismos estatales deben extenderse a todas y todos los nacionales, en realización del derecho de igualdad, cuya consideración obliga a los estados a no establecer distinciones en la gestión que adelantan respecto de las necesidades de sus ciudadanos. Pero las acciones afirmativas no se dirigen a sostener tal banalización ni a producir desproporciones en tales repartos: Lo que se afirma es que la acción institucional y de la sociedad debe generar las condiciones reales para que la igualdad sea un derecho en aquellos a quienes se ha tratado de manera desigual por razones económicas, sociales y culturales, con evidencias históricas y estructurales manifiestas en dicho trato injusto, desproporcionado y caprichoso. La racionalidad de la racialización, la discriminación y el racismo es lo que se pretende enfrentar, contener y eliminar en la gestación de condiciones para la inclusión de públicos específicos, sujetos de acciones afirmativas; algo que el señor Abad Faciolince aparentemente desconoce. 

Señor Abad Faciolince: ¿Cómo desconocer el hecho palmario de que, no uno o una, sino millones de colombianas y colombianos no son pobres, faltos de educación, desempleados o subempleados; por falta de recursos sino por las marcas del proceso económico de esclavización inscritas artificiosamente en su cuerpo? 

Coincido con usted en que enfrentar tal vestigio de modernidad debería llevar al país a pactar un nuevo arreglo democrático en el que bienestar para todos signifique todas y todos, efectivamente; pero esto no se logra convirtiendo la identidad étnica en una baraja política en la que, según usted, ganan más quienes obtengan “certificados de negro”. 

Muchos creemos que resulta preciso denunciar y enfrentar la democracia racial; esa práctica engañosa, extendida y sostenida por largas décadas republicanas, con la que se afirma la inexistencia de tensiones y conflictos racializados, armonizando las diferencias sin reconocerlas; simplemente invisibilizandolas y negándoles peso en las relaciones sociales y productivas entre seres humanos, bajo el argumento de que todos somos iguales. 

Muchos afirmamos, igualmente, que debemos desintalar el racismo sin raza por el que se sostiene un igualdad abastracta y vácua que, al tiempo que declara la común igualdad; territorializa la pobreza; se reserva el derecho de admisión; desconoce a ciertos sujetos en la asignación de cargos y funciones de liderazgo; rechaza a determinados candidatos o candidatas con méritos para aspirar válidamente a una posición, plaza o cupo; bloquea aspiraciones laborales para determinados individuos; asume que individuos con características físicas o procedencias específicas resultan indeseables; aplica criterios segregados para la asignación de un contrato, el arrendamiento de un inmueble o la atención en un local comercial; supone que determinados individuos sólo pueden realizar funciones o tareas dependientes y precarizadas que no requieren mayor procesamiento intelectual; priva a ciertos individuos de desempeñarse en determinados servicios que requieren visibilidad, trato, negociación y relacionamiento corporativo; justiprecia como bello marcas y modelos estéticos exclusivos y universalizados, por sólo mencionar algunos de los instrumentos con los que se sostiene un sistema de privilegios que deja de nombrar la “raza” como factor relacional pero sostiene al racismo como una ideología funcional y activa que desnivela y desajusta cualquier reclamo formal de igualdad en la constelación de las ciudadanías.

Por ello, frente a la mistificación del consenso igualitario (para el que incluso el mestizaje resultaría prueba de la simetría racial de América Latina), inexistente obviamente; cabe insistir en develar las rutas de la diferencia y el reconocimiento sobre las que se cultiva la convivencia intercultural. Quienes abogamos por el reconocimiento étnico y la ciudadanía diferenciada no pretendemos reclamar bastardías ni alzar puñales contra los herederos de nuestras heridas. Aun conscientes del peso de las deudas sociales e históricas a favor del pueblo afrodescendiente, nuestra ruta insiste en que todo proceso de reconciliación histórica debe restituirle derechos a quienes no han podido ni encontrado condiciones para valerse de los mismos a la hora de hacer su vida y reclamarse, rotundamente, como seres humanos. 


El señor Abad Faciolince bien sabe que el racismo existe y, si bien insiste en que “las culpas caducan y no conviene vivir siempre rumiando la memoria del oprobio” y que crea que "son muy pocos los colombianos que tienen clara cuál es la raíz étnica de sus antepasados"; debería preguntarle a aquellas personas que no disfrutan de escuelas cercanas, ni de una carretera si quiera decente; a quienes no obtienen un empleo, no pueden ingresar a una discoteca cualquiera, o a un club, o a una empresa específica ¿qué culpa tienen ellas y ellos de portar un determinado color de piel? ¿Por qué su individualidad resulta negada al universalizarles como “negros” si es que, como insiste usted, “la identidad no es colectiva”? 


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Por cierto, permítame un comentario mordaz. En esa sociedad aria extremista, usted señor Abad Faciolince, pese a su apellido de origen 'noble' y yo, pese a ser ‘educado’ portaríamos, indefectiblemente, una estrella de David en el pecho, simple y llanamente porque alguien insiste en ver lo que usted quiere olvidar.

1 comentarios:

Cecilia Palomeque Palacios dijo...

Maestro, estoy totalmente de acuerdo con usted, la oligarquia Colombiana no contenta con secuestrarnos, desterrarnos e invisibilizarnos. Quiere ahora "despojarnos de nuestros sueños", nos quieren quitar hasta esa oportunidad de soñar en un pais más justo e incluyente.

Por ello su comentario frente al artículo del sr Facilince; que por tener este apellido se cree mejor persona que los demás, es totalmente acertado y puesto en su sitio.

Gracias por sus aclaraciones

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