viernes, 5 de febrero de 2016

IMAGOLOQUÍA: ¿Qué lugar ocupa la imagen en la producción del discurso político?


El espejo ya acrecienta el valor de las cosas, ya lo niega. No todo lo que parece valer fuera del espejo resiste cuando se refleja.
Italo Calvino[1]


La iconografía puede ser entendida como la construcción de una narrativa simbólica y alegórica expresada en imágenes, en la medida en que tal construcción “nos permite conocer el contenido de una figuración en virtud de sus caracteres específicos y su relación con determinadas fuentes[2]. Un poco más cerca, una técnica social recién inventada, la imagología, ha sido concebida como un saber en torno a la creación, desarrollo y sostenimiento de la imagen pública[3], cuyo estudio consiste en “el conjunto de estrategias destinadas a analizar las impresiones generadas por un determinado sujeto hacia su colectividad, partiendo no sólo de su apariencia física, sino de sus estrategias de comunicación verbal y no verbal, de modo que de estos tres elementos, inmersos en un proceso de diseño integral, obtengamos una imagen coherente entre su decir, su hacer y su parecer en un escenario social concordante[4].

Quisiera proponer, vinculando estos dos conceptos, una mirada crítica a las nociones de iconografía e imagología que nos permita advertir la importancia de la imagen en la producción del discurso y su inmediata remisión a las formas de posicionamiento del poder y la estructuración de la dominación, a lo cual denominaré imagoloquía; cuyo punto de partida insitirá en que la imagen se convierte en un documento que permite leer, tanto o más que los escritos y los discursos que reproducen la mentalidad de dominación y señorío socialmente instalada; articulada a la propaganda, a la implantación de imaginarios y a la distribución ideológica en la construcción artificiosa de occidente.

Milán Kundera, prisionero en el argumento de que todas las ideologías fueron derrotadas y, por lo tanto, no queda sino la imagen, se arriesga a afirmar que “la imagología ha conquistado en las últimas décadas una victoria histórica sobre la ideología[5]; en manos de “las agencias publicitarias, los asesores de imagen de los hombres de Estado, los diseñadores que proyectan las formas de los coches y de los aparatos de gimnasia, los creadores de moda, los peluqueros y las estrellas del show bussines, que dictan la norma de belleza física a la que obedecen todas las ramas de la imagología[6]. Para el escritor checo, “los imagólogos crean sistemas de ideales y anitiídeales, sistemas que tienen corta duración y cada uno es reemplazado por otro sistema, pero que influyen nuestro comportamiento, nuestras opiniones políticas y preferencias estéticas(…) tan poderosamente como en otros tiempos eran capaces de dominarnos los sistemas de los ideólogos”[7].



La imagen, más allá de tal decantación desideologizada, se convierte en un dispositivo, un instrumento reproductor de la fidelidad, para nada consistente con el olvido o el descuido como Kundera afirma de las agencias propagandísticas de los partidos comunistas, sino enteramente vinculadas a la construcción de filigrana del discurso y la ideología. La construcción icónica reclama “una atención extremadamente precisa y meticulosa”, patente “en la definición minuciosa de los detalles, en la selección de los objetos, de la iluminación de la atmósfera”; en manos de quien “sabe captar la sensación más sutil con ojos, oídos, manos rápidos y seguros[8]

Así, la imagen es la recreación pictórica de las ideas; tan instrumentalizable como estas, sucumbe ante la objetivización en la que lo visto y lo dicho se trenzan con lo real, tal como en aquella ciudad onírica descrita por Calvino, que se refleja meticulosamente en su propio espejo.

Felpe Guamán Poma, por ejemplo, lo advierte muy temprano en sus crónicas acompañadas de cuando vincula la iconografía del sermón con la ideología expresada en las palabras de los predicadores, transformando críticamente la mirada oprobiosa en denuncia y contestación frente al poder ejercido por los curas “muy coléricos y señores asboslutos y soberbios, que tienen muy mucha gravedad, que con el miedo se huyen los dichos indios[9].

El ícono acompaña y afianza una narrativa que adquiere trazos retóricos, en las que la jerarquización, el carácter dogmático, la posición de los unos y de los otros y las convenciones sociales resultan evidentes y manifiestas; pese a que la imagen misma pueda ser reinterpretada y transideologizada o alrevesado a propósitos distintos del que describe, en la medida en que tal documento puede ser, como cualquiera otro, contestado y cuestionado[10].

Al construir una identidad visual, el ícono traza las evidencias de su incidencia en la gestación consciente de lo colectivo y la reproducción inconsciente y mitificada en torno a lo dado como tradicional asociado, a nuestro propósito, a las estampas de lo precolombino, las concepciones europeas de lo africano, las formas estéticas de la colonialidad y la repetición ahistórica de los usos sociales hasta bien entrada la república; que evidencian una lectura icónica de continuo, nutricia de los discursos y mitos fundacionales, del sistema colonial de castas y dignidades,; presente en la construcción de la identidad ciudadana homogénea y en la perpetuación de las mistificaciones racializadas en los países de América Latina.

Tal carácter privilegiado de la imagen junto al discurso evidencia cómo históricamente “en disciplinas tan particulares como la criminología, la imagen, en su momento, fue considerada como un elemento indispensable hasta para determinar el grado de responsabilidad penal de un sospechoso. Tal y como suponía Cesare Lombroso en el siglo XIX, al afirmar que una persona visualmente agradable y atractiva a los cánones de belleza de su época era inocente sin lugar a duda, o bien, que el culpable necesariamente debía ajustarse a una serie de elementos físicos que terminaban por establecer estereotipos, mismos que en no pocas ocasiones condujeron al cadalso a individuos inocentes, tan sólo por aparecer como culpables a los ojos del juzgador[11]. Más aun, contra Kundera, si se considera el impacto que han ganado hoy la publicidad, las artes gráficas, la mercadotecnia y el marketing político, la producción de la imagen surte significativas variantes de la ideología, antes que favorece su desmonte; de modo tal que su presencia contribuye a leer las dinámicas en las que se escenifican las narrativas del poder y la dominación.

La imagen no sólo refleja poder sino que sitúa a los individuos en un lugar en el que las relaciones de poder importan, significan y se escenifican. No solo en el uso cotidiano del retrato, el grabado, la escultura, los medallones, relicarios e ilustraciones hechas u ordenadas por  las elites; la imagen, icónica y prefigurativa, traduce las ideas de sus cultores, curadores y promotores al lenguaje cotidiano, situando tanto como desplazando imaginarios y comprensiones que contribuyen a proponer una mirada pública de sí mismo y de los otros en relación con la simbología de la victoria, el poderío y la bienaventuranza, frente a la de la subordinación, la domesticación y la malignidad.

La conjunción entre la palabra, el ícono y el poder construye una simbología del orden que se naturaliza, jerarquizando la representación de los seres humanos, sus comprensiones y sus adornos o símbolos de distinción. El nivel de control imaginativo que las imágenes ganan a favor de quienes las popularizan resulta así significativo para hablar incluso del poder y la influencia características de una hegemonía icónica, capaz de soportar y sostener una dominación visual clasificatoria, idealizada y estereotipada. Este efecto político de la imagoloquía privilegia además la reinterpretación y vinculación de la noción de mayorías al homogeneizar al grueso de la población por sobre aquellas y aquellos adscritos a culturas, identidades y tradiciones étnicas, articulando un nosotros artificioso que subsume, mistifica y desafora la diferencia. Así, el otro, el diferente, frecuentemente resulta situado del lado de la barbarie, el salvajismo, la pobreza, la delincuencia, la minusvaloración, los oficios y las asignaciones folclóricas, manuales e iletradas; privilegiando espacios, labores, tradiciones, rasgos físicos, idiomas, formas idiosincráticas e incluso manera de ser, contrarias, opuestas o diferenciadoras de aquellas que se radicalizan y se rechazan abiertamente[12].

Tal construcción discursiva e iconográfica aparece enraizada en la ortodoxia republicana nacionalista, plagada de lugares comunes y regionalismos; que dibuja, ensambla y nombra aquello que se ilustra sin diferencias ni distinciones, pero con una alta carga discriminatoria y sectaria[13]. Un buen ejemplo de ello, para el caso colombiano, podríamos hallarlo en la  imagoloquía del “paisa emprendedor y avispado” que se lleva la victoria frente al “indio patirrajao, animal de monte” o el “negro perezoso, bueno para cargar y obedecer”, cuya recreación icónica ya ha sido significativamente revisada por otros autores[14].

En la construcción de las imágenes de lo africano, lo amerindio, lo europeo y lo mestizo en los textos escolares, en buena parte de la literatura hecha sin mayores cuestionamientos al costumbrismo icónico, en los discursos oficiales antes de que fuera políticamente incorrecto lo contrario, en las prácticas y dictados de protocolo empresarial, se imprimen contenidos e iconografía que reflejan las condicionantes de poder instaladas en una construcción arquetípica y dominante de ideas y estereotipos manidos respecto de tal caracterización[15], en la que lo europeo ocupa el lugar heroico, exultante y victorioso frente a la subyugación africana, inveteradamente asociada a la esclavitud; y el arrumbamiento indígena, condenado al museo de la historia, articulando un pasado estético construido como artificio ideológico.

Prácticas, textos e imágenes convertidos en un nuevo catecismo nugatorio de la diversidad bajo la exaltación pública de lo recurrentemente victorioso, en la que la posición del otro, especialmente del afrodescendiente, no deja lugar a dudas para evidenciar la radicalización de la dominación: Tenemos que poner al negro en su puesto. El negro está bueno para las afueras, para los trabajos rudos en el monte. En ninguna oficina debe estar porque desentona[16], se lee en una novela de denuncia identitaria afroecuatoriana; mientras se confirma tal imagoloquía en la construcción de imágenes cotidianas e ilustraciones que refuerzan los estereotipos en los que afrodescendientes e indígenas comparten el lugar estético y político del oprimido.


[1] Italo CALVINO. Las ciudades invisibles, Minotauro, 1991, p. 66
[2] Rafael GARCÍA MAHÍQUES. Iconografía e iconología. Encuentro, 2008, p. 21
[3] Víctor GORDOA GIL. Imagología, Grijalbo, 2003
[4] Juana Lilia DELGADO VALDEZ.”Imagología. Cómo se construye la imagen pública”. Gaceta Universidad Simón Bolivar, Nº 12, Mayo, 2010, p. 4 .
[5] Milan KUNDERA. La inmortalidad. RBA editores, 1992, p. 137
[6] Ibid., p. 136
[7] Ibid., p. 139
[8] Italo CALVINO. Seis propuestas para el próximo milenio. Siruela, 1989, p. 75-76
[9] Felipe Guamán Poma de Ayala. Nueva crónica y buen gobierno. Fundación Biblioteca Ayacucho, Vol. 2, 1980, p. 10 (Las ilustraciones utilizadas en este escrito fueron reeditadas de la versión electrónica de este libro).
[10] Al respecto la lectura icónica de Guamán Poma puede entenderse como la evidencia del mundo al revés propuesta, tal como propone Rolena ADORNO. “Íconos de persuasión: la predicación y la política en el Perú colonial”. Revista Lexis, Lima, 1987, Vo. 11 Nº 2, pp. 109-135, reproducido en Bernadette BUCHER y otros (comp). La Iconografía política del Nuevo Mundo. Editorial Universidad de Puerto Rico, 1990
[11] Juana Lilia DELGADO. Op. Cit., p. 4-5
[12] Para el análisis de la ilustración de los afrodescendientes en Colombia, véase el trabajo de investigación de María Isabel MENA GARCÍA. Las ilustraciones afrocolombianas en los textos escolares de ciencias sociales. Tesis de Maestría, Universidad Distrital, 2006. De igual manera, Gloria ALMEIDA PARRA y Tulio RAMÍREZ. “El afrocolombiano en los textos escolares colombianos. Análisis de ilustraciones en trestextos de ciencias sociales de básica primaria”. Anuario de Historia Regional y Fronteras, Volumen 15, Octubre, 2010, pp. 225 - 244
[13] Esta idea, aplicada a la suplantación del mundo académico europeo al local americano, pertenece a Mauricio NIETO OLARTE. Remedios para el imperio. Historia natural y la apropiación del Nuevo Mundo. Ediciones Uniandes, 2006, Cap. 2, especialmente, p. 86
[14] Véase Peter WADE. Gente negra, nación mestiza. Dinámicas de las identidades raciales en Colombia. Uniandes, 1997. De igual manera, la lectura de la Palenquera en Elizabeth CUNIN. identidades a flor de piel. Lo "negro" entre apariencias y pertenencias: categorías raciales y mestizaje en Cartagena. ICAH, 2003. De manera costumbrista, puede revisarse el asunto en Alberto ANGULO.  Moros en la costa: Vivencia afrocolombiana en la cultura colectiva. Docentes editores, 1999
[15] Al respecto remito al excelente ejercicio investigativo del cual se da cuenta en María Isabel MENA GARCÍA. “La ilustración de las personas afrocolombianas en los textos escolares para enseñar historia”. Historia Caribe, Nº 15,  2009, pp. 105 - 122
[16] Nelson ESTUPIÑAN BASS. El último río. Libresa, 1992, p. 174

domingo, 10 de mayo de 2015

Capitalismo y profesionalización docente


Los maestros han estado y seguirán estando mal pagados, no sólo a consecuencia del carácter residual con el que se asume su oficio en un sistema que social, política y económicamente toma la escuela como un espacio de socialización semejante o parecido a la casa; en el que la maestra, sujeto altamente representado en número y significación, especialmente en los primeros años formativos, funge como sustituta maternal. Por la misma vía residual, el profesor no es leído como padre (expresión que se reserva a las altas jerarquías epistémicas) sino como un informador instruido. Ambos, prisioneros de representaciones apocadas, resultan no sólo lejanos a la investigación y producción de conocimiento (de ahí la contradicción social, profsional y salarial entre maestro de escuela y profesor universitario) sino altamente dependientes de discursos preformateados respecto de su oficio, su contenido y las expectativas sociales sobre su quehaer.

Un acercamiento al salario de los maestros en la historia, desde Mileto hasta el moderno siglo XX, pasando por la baja edad media y la constitución formal de las escuelas, nos hace ver que esta extensión de la maternidad al aula escolar y la intercalación de los oficios (no las ciencias) en la actividad magisterial, opera como un factor clave para sostener la representación de la escuela como un escenario adaptativo que inicia, prepara o complementa otros procesos formativos secundarios(Marrou 2004; Rodríguez 2005), cuyo desarrollo final se cuece en la vida laboral productiva, en la temporalidad de la vida del trabajador (Dussel 1990, 149).

Así, contrario a los escenarios mercantiles en los que la tecnología, que no produce valor pero sí ahorra trabajo humano  (Dussel 1990, 157), ha impuesto nuevos estándares para la cualificación de la mano productiva (Parkin, Muñoz y Esquivel 2007, 213); la escuela presenta una alta dependencia de una fuerza de trabajo humana imposible de ser reemplazada por máquinas o computadores, por muy creciente y notorio que resulte su incorporación como instrumentos técnicos al servicio de la docencia y del aprendizaje. Por ello, perturba de manera generalizada - excepto a los ministros de la hacienda pública -, que los maestros ganen poco, sujetos al cálculo racional de su costo frente a la necesaria proporción de su número (Benavidez 2004, 16). Sin embargo, aparte de una cómoda muletilla, este asunto no parece importunar a los decisores políticos incluso cuando proponen emular los sistemas educativos de más altos logros que, para alcanzarlo, superaron desde el inicio las tensiones básicas asociadas al reconocimiento salarial real y a los criterios profesionales de ingreso a la carrera docente; bien conscientes como están de que los maestros no venden ni fabrican ni producen bienes materiales, pese a que sin su trabajo no hay elevación del PIB en ninguna nación (Sevilla 2004).  

El maestro es, en términos de la economía del capital, un instrumento de trabajo que no produce bienes materiales, sino simbólicos; es decir, aquellos que no incrementan las cuentas ni sirven para rentabilizar. Por eso miden su trabajo en términos de costos y no de beneficios pues de suyo no contribuyen a elevar la tasa de ganancia de los capitalistas. Bajo este pensamiento, desde Mileto hasta hoy, a los maestros se les paga poco, porque sonreír y acariciar no cuesta.

De hecho, Adam Smith, orientando su teoría del valor sobre la base del coste de producción, insiste en el mismo argumento: pagar poco a los maestros; es más, pagar nada y hacerles dependientes de la renta causada por el oficio mismo.  ¡Que los maestros se ganen su pan!

Si la renta de los maestros consiste en gran parte en lo que sus discípulos acostumbran pagarles: el profesor se ve en mayor o menor necesidad de aplicarse, respecto a que su bienestar depende de su reputación, y de la estimación, inclinación y cariño de sus discípulos, los cuales no pueden tenerle estimación sino haciéndose él acreedor por el exacto cumplimiento de sus obligaciones. En otras universidades la dotación que tiene prohíbe al maestro que reciba cosa alguna de sus discípulos, y la señalada compone toda la renta de su plaza. Entonces su interés se opone diametralmente a su obligación; porque tomando la palabra interés en el sentido vulgar, todo hombre lo tiene en incomodarse lo menos que pueda, estando seguro de sacar el mismo partido desempeñando o no un encargo de mucha incomodidad y trabajo; su interés es abandonarlo enteramente, o si tiene un superior que no se lo permita , cumplir a lo menos con indiferencia y abandono; y si es por casualidad activo y amante del trabajo, por su propio interés aplicará esta actividad á cosas que le proporcionen más ventajas que las que le da el cumplimiento de su obligación. (Condorcet 1792, 251)

Hoy, a regañadientes, el estado emplea y paga a los maestros del sector público pese a que sostiene y fomenta la actividad lucrativa privada en el ámbito educativo, sin que termine por reconocer esta labor como una actividad profesional. De ahí que hacer a los maestros ganapanes; esto es, que su salario final sea incluso inferior al salario de ingreso de una auxiliar administrativa en ciertas empresas públicas, se corresponde con tal lectura residual de quien, heredero de un oficio artístico, no ejercita una profesión que demande mayores exigencias académicas, epistémicas o científicas. De hecho, bajo teorías débiles de la selección que defienden el argumento de que el nivel educativo poco o nada incide en la productividad (Fermoso y Fermoso 1997, 149-150), tal situación no es anodina sino que expresa la valoración social y empresarial asignada a la labor que se realiza. Dicho de otro modo, un país que paga más a las secretarias que a los maestros lo hace porque considera que aquellas son técnicamente más productivas que estos, independientemente de sus responsabilidades sociales y políticas.

Finalizado un nuevo paro magisterial en Colombia para solicitar lo básico y recibirlo, precariamente de nuevo, muchos otros temas quedan sin que hayan sido discutidos ampliamente. No sólo los relacionados con la urgencia de su profesionalización y retribución salarial, aún pendientes; sino los de la cantidad de estudiantes por aula de clase, el número de horas efectivas en las que deben realizar su oficio, las asignaciones complementarias que les sobreabundan, a fuerza de no contar con personal asistencial, supernumerario y de apoyo en las aulas y en las instituciones educativas, la tacañería en la distribución de su jornada laboral, entre otros. Queda igualmente en el tapete la discusión por el contenido funcional de la educación pública, el cual no puede reducirse a mantener a niños y jóvenes en las aulas, asignarles tareas y expedir en consecuencia certificados y títulos. ¿Sirve de algo seguir proveyendo a la sociedad un número significativo de promovidos y graduados cuyo único bien portable sea un cartón que les acredita como bachilleres? ¿Acaso el papel de la escuela pública ha de ser el de cuidadores de niños o sustentar la moratoria juvenil prelaboral?

Del mismo resorte, la calidad de las infraestructuras y las condiciones materiales en las que se realiza el trabajo docente no sólo representan una patética evidencia del desinterés por contar con mejores sistemas educativos en América del Sur y en Colombia sino además reflejan la manifiesta indolencia de las sociedades nacionales por equiparar las condiciones de bienestar entre quienes asisten a escuelas públicas y privadas. De hecho, la negativa a ampliar a tres los años de educación preescolar en el sistema público educativo constituye un claro efecto de la institucionalización de la desigualdad a la que la escuela pública se ve sometida, producto de la actuación ventajosa de decisores políticos provenientes de la escuela privada, quienes, sin reato alguno, someten a las instituciones educativas públicas a la fragmentación presupuestal y la atención de prioridades a cuenta gotas bajo el pretexto extensamente socorrido de la inexistencia de recursos. Resulta curioso observar las continuas confrontaciones por el equilibrio presupuestal de las instituciones en el sistema educativo público, de modo que. mientras se eleva el presupuesto público para educación, se contrata con universidades privadas el funcionamiento de costosos programas, se entrega al interés particular un significativo número de instituciones públicas concesionadas para la cobertura educativa básica y media y se masifica hasta una medida antitécnica e indecorosa el número de estudiantes en las aulas públicas.

En igual sentido, para profesionalizar la docencia es preciso romper con la idea manida de que a la educación se dedican personas de baja condición social, precariamente formados y aspirantes eventuales a programas magisteriales. Aunque la mayoría de los maestros provengamos de modestas familias y entornos socioeconómicos pauperizados (Navarro 2002; Carnoy 2006), nada justifica que se  perpetúen estándares de admisión a los programas universitarios para maestros tan bajos que parezcan seductores para quienes menos se han esmerado en su formación básica y media; pues tal ecuación reproduce y contribuye a afianzar un imaginario social precarizado y perverso según el cual a la docencia se dedican personas cuyo nivel de incompetencia se da por descontado.

Tampoco puede ser que, bajo una nueva racionalidad en la que todos ponen y se empeñan en hacer lo que les corresponde, a los maestros se les incremente sustancialmente su ingreso sin que estos garanticen la calidad de su trabajo. Los maestros tienen, evidentemente, el deber de saber y no puede sostenerse que constituya un privilegio la potestad de enseñar. Si la docencia es una actividad experta, asegurar para todos los escolares el éxito en sus aprendizajes y la firmeza de los resultados esperables debe ser una consigna para el magisterio de los nuevos tiempos. Con ello, desnaturalizar las rutinas educativas, innovar conscientemente en sus metodologías, reeditar experiencias probadamente exitosas en contextos similares, observar a sus mejores pares, aprender de quienes proveen a la escuela experiencias seductoras emocional y académicamente, investigar el aula para dotarla de sentido, entre otras, constituyen acciones de mejoramiento necesarias y urgentes para que el magisterio asuma el carácter provocativo de su profesión; mucho más allá de entenderla como una tarea de apostolado o vocacional.

Más aún;  no puede sostenerse un modelo de calidad educativa sobre la base de una racionalidad económica en la que el gobierno desee cosechar lo que nunca ha sembrado. Hasta hoy han sido los maestros quienes por su propio mérito y en desgaste de su menguado peculio han sufragado los costos de hacerse licenciado, especialista, magister o doctor para ascender en los  escalafones vigentes, sin que reciban por ello una significativa retribución o reconocimiento. De hecho, someter a los nuevos docentes al escarnio de ser evaluados con posterioridad a la obtención de un título de maestría o doctorado no solo resulta excesivo sino denigratorio de los títulos a los que logran acceder, asunto que debería haber concitado, por lo menos, la solidaridad de sus maestros universitarios y la indignada protesta de las facultades e instituciones titulantes. Si, al tiempo que se exige calidad y mejoramiento se constriñe su salario, entonces se debe garantizar que los maestros puedan acceder a fuentes de financiación estatal o privada de estudios de profundización y posgraduados, de modo que por esta vía se logre una retribución eficaz que aporte sustancialmente a los propósitos de elevación de la calidad educativa. Esto tiene que convertirse en una apuesta nacional por un sistema público educativo consistente y no antojadizo ni sujeto al capricho de un ministerio o un gobierno específico.

De ahí que las Facultades de Educación deban preocuparse no sólo por la calidad de sus programas de formación magisterial para licenciados y otros profesionales; sino además por los sistemas de aseguramiento de la calidad en sus egresados; tarea que igualmente debería ocupar al Ministerio de Educación, en cuanto de ello depende en buena medida que se garanticen las condiciones técnicas, académicas y epistémicas para que los profesionales de la educación sepan lo que tienen que saber y hagan lo que tienen que hacer en los diferentes niveles a los que se aplique su quehacer. Fomentar mejores programas de formación docente (Eurydice 2004), al tiempo que se garantizan mejores condiciones para su desempeño profesional atraería a un número significativo de aspirantes a hacerse de saberes expertos aplicables en una labor altamente rentable para ellos y para la sociedad en la que aspiran a ser reconocidos por su salario relativo, por la calidad de sus aprendizajes y por el prestigio de su profesión en un mercado laboral en la que la misma resulte competitiva (Carnoy 2006).

Profesionalizar la docencia implica entonces superar la recortada visión de que el salario constituye una reivindicación salarial. Un proyecto público educativo, hoy inexistente, debe partir por entender que a los maestros dedicados a su labor en la escuela pública hay que pagarles bien porque su oficio constituye un asunto de seguridad nacional que requiere el perfilamiento de un magisterio robustecido por una política educativa de alta inversión pública, promoción de su cualificación y solvencia intelectual y garantías para su desempeño ocupacional con pertinencia, para que el país cuente con generaciones de nuevos ciudadanos cualificados en artes, saberes y prácticas que abran sus expectativas y posibilidades para actuar y relacionarse exitosamente en diferentes entornos sociales, no sólo en el de los mercados productivos.

Lo demás son discursos vacuos.

Trabajos citados

Arboleda, José Rafael. «Nuevas investigaciones afro-colombianas.» Revista Javeriana 37, nº 183 (1952): 197-206.
Benavidez, Martín. Informe de progreso educativo Perú (1993-2003). PREAL, 2004.
Carnoy, Martin. Economía de la educación. UOC, 2006.
Condorcet, Nicolas de Caritat Marques de. Compendio de la obra inglesa intitulada Riqueza de las naciones. Imprenta Real (Ebook), 1792.
Dussel, Enrique. El último Marx (1863-1882) y la liberación latinoamericana: un comentario a la tercera y a la cuarta redacción de "El capital". Siglo XXI, 1990.
Eurydice. La profesión docente en Europa: Perfil, tendencias y problemática. Dirección General de Educación y Cultura de la Comisión Europea: Eurydice, 2004.
Fermoso, Paciano, y Javier Fermoso. Manual de economía de la educación. Narcea editores, 1997.
Marrou, Henry-Irenee. Historia de la educación en la Antigüedad. Akal, 2004.
Navarro, Juan Carlos. ¿Quiénes son los maestros?: carreras e incentivos docentes en América Latina. Banco Interamericano de Desarrollo, 2002.
Parkin, Michael, Mercedes Muñoz, y Gerardo Esquivel. Macroeconomía: versión para latinoamérica. Pearson, 2007.
Rodríguez, María José Sánchez. «La formación de la maestra. un recorrido histórico a través de la legislación educativa española (Siglos XIII-XIX).» Revista electrónica de Estudios Filológicos. Número 9 de Junio de 2005.
Sevilla, Carmen Selva. El capital humano y su contribución al crecimiento económico. monografías, 2004.



domingo, 17 de marzo de 2013

El placer de ser Rector


El placer de ser Rector
Arleison Arcos Rivas

Un país debería ser medido no por la grandiosidad de sus economías sino por la estrepitosa  algarabía de sus aulas.

Junto a la minusvaloración social por la docencia, la dirección escolar ha debido resignarse a la pobre condición de ser vista como instrumental y al servicio de la burocracia oficial. Administrando precariedad, bajo el peso de múltiples presiones y dependencias ridículas, los rectores no sólo suelen afirmar que se sienten solos en su labor sino además vilipendiados, calumniados, maltratados,  agredidos e incluso injustamente zaheridos por funcionarios que, en otro modelo y bajo consideraciones más nobles, deberían ser sus aliados, asesores y apoyo en el control disciplinario, la inspección y vigilancia y, especialmente, el manejo de los fondos de servicios educativos.

La tarea de las y los rectores es ingente; incluso  podría pensarse que el conjunto de misiones que les son encomendadas resulta desmedida si se considera que son el primer soporte responsable del funcionamiento escolar, la orientación del pei, la prestación del servicio educativo, la garantía de la educación como derecho, la atención prioritaria a la infancia, el acompañamiento familiar, la satisfacción del bienestar docente y del seguimiento a su labor, el fortalecimiento del clima escolar y laboral, la asignación de funciones a personas que no pudieron seleccionar, la concertación interinstitucional, el abastecimiento institucional, la ejecución presupuestal, el reporte de un sin número de informes a un inmenso número de agencias estatales, la implementación, vigilancia y evaluación de programas y proyectos institucionales, municipales, departamentales y nacionales; entre muchas otras labores que hacen gravosa su gestión, siendo objeto permanente de requerimientos, malquerencias y juzgamientos que ponen en riesgo su salud mental, su vida, su futuro profesional y hasta su patrimonio.

Si bien existe en el gremio quien con sus desafueros justifique tales miramientos; con tenacidad y perseverancia se cuentan en mayor número aquellas y aquellos que hacen país, construyen futuros y  edifican el tejido humano con su trabajo al frente de las instituciones educativas; conscientes del compromiso inmenso que significa orientar una propuesta pedagógica con sentido en una nación acostumbrada a enviar a sus niños a la escuela sin dotarles de las herramientas suficientes para que, efectivamente puedan aprender.

En el cumplimiento de sus tareas, las y los rectores hacen evidente al Estado, concretan planes de desarrollo, visibilizan políticas públicas y hasta armonizan la actuación gubernamental al aportarle diseños, contenidos y didácticas a acciones educativas que permiten a niños, jóvenes y adultos articulados alrededor de la institución escolar, conocer, practicar y replicar lo que de otro modo sería letra muerta y frágil palabra escrita en códigos, leyes, decretos, resoluciones y directivas.

Como si fuera poco, quienes trabajan en escenarios turbulentos fungen como amigables componedores, conciliadores en equidad, mediadores y gestores en la tramitación y transformación de conflictos intersubjetivos, familiares y comunitarios; viéndose enfrentados a grupos delincuenciales, amenazas, presiones de líderes políticos y denuncias de todo tipo con las que su vida misma corre riesgo cotidianamente.

Pese a ello, quijotes que sienten el ladrar de los perros, cabalgan a diario y con afán perseverando en el propósito de transformar el mundo clase a clase. Herederos de una estirpe de soñadores guarnecidos con la armadura de la tenacidad, empuñan sus armas para avanzar,  hacia el horizonte, antes de que el sol se ponga.

Amantes por vocación, gestores por profesión e idealistas por convicción, las y los rectores animan la vida escolar llenando sus ejecutorias con las sonrisas de los esperanzados y los abrazos de los incluidos. Sus niños y niñas son lo único que importa. Por ellas y ellos; por su infancia y su juventud se pelea, se lucha y se combate cada día, fortificados por la fiereza de sus poderosos enemigos.

Un país debería ser medido no por la grandiosidad de sus economías sino por la estrepitosa  algarabía de sus aulas; porque el volumen de tal alegría es el pago que reciben sus maestros y el premio que merecen sus rectores.

sábado, 23 de abril de 2011

Las consignas

Hemos construido el sueño
del mundo, la creación,
con dichos; sea tu empeño
rehacer la construcción

Miguel de Unamuno

Construidas en medio de la agitación o redactadas en la serenidad de la noche; finamente elaboradas por creativos pensadores o articuladas con trozos doctrinales, las consignas evidencian el contenido manifiesto de la protesta y acompañan la movilización como un celoso guardián de ideales y aspiraciones.
 
Una historia de la represión podría llevarnos a pensar que las consignas nacieron en la ideación de viejos mecanismos de control de la opinión pública:¡Crucifícale, crucifícale!, gritaban en Jerusalén, aupados por los dueños del templo, los mismos que tiempo atrás llenaron las calles para saludar al rey de los judíos. En épocas más recientes, el militarismo al frente del gobierno, instalaba el sometimiento y la censura periodística “bajo las consignas del Poder Público”, las cuales constituían “órdenes dictadas todos los días a los periódicos sobre los aspectos más variados de su labor. O bien se referían a cuestiones de fondo (temas y argumentos de los que no se podía informar o de los que había que informar obligatoriamente), o bien a aspectos de presentación de las noticias (…), o bien a detalles de la actividad misma de los periódicos” (Sinova 2006, 191).

Sin embargo, rastrear su historicidad nos remontaría al primer grito, al primer acto de levantamiento en contra de un poder instituido arbitrariamente o cuestionado por quienes padecen su ineficacia. En un lenguaje necesariamente bipolar, la capacidad de la derecha para producir órdenes y dictados en los más diversos regímenes políticos promotores de la uniformidad mental e ideológica resulta contestada por la izquierda, acudiendo a figuras literarias cercanas al imaginario popular, sustituyendo las órdenes por ideas y reconvirtiendo los mandatos en iniciativas de acción; las cuales, sin embargo, permanecen alerta ante el bizarro equívoco de creer que una idea es un verso y que una palabra es el mundo.

Quienes se instalan hoy en el poder y recogen sus designios en lemas empresariales, en planes de operación agresiva y en indicadores de mercado con los que, también al frente del Estado, miden su capacidad de acción en términos rentabilísticos, oyen sin escuchar las consignas en la voz desgastada pero infatigable de estudiantes, maestros, trabajadores, mujeres, afrodescendientes, indígenas, ciudadanos convertidos en usuarios de la salud, madres que aun reclaman a sus hijos….  Situados, como requieren, en cumbres muy por encima de la voz y del reclamo popular, se abrogan la autoridad para acusarles, como al poeta Silva, de sacrificar el mundo por pulir un verso; inconscientes frente a la evidencia de que la poética de la consigna importa menos que su eficacia en el propósito de transmitir en versos la agitación que espera transformar, no sólo el propio mundo, sino el que los profetas de la prosperidad neoliberal han construido contando con el padecimiento, la conformidad y la ingenuidad de la multitud.

En su carácter contestatario, las consignas expresan la erosión de las ideas en manos del efecticismo económico imperante, que desgasta la política y promueve la inacción y el refugio en los meandros interiores. Llenas de optimsmo, se convierten en instrumentos articuladores del reto movilizatorio en un momento en el que muchos prefieren quedarse a la expectativa, observando desde la barrera: “¡Compañero mirón, únete al montón!”,  se grita para convocar la solidaridad de los que, absortos, contemplan una marcha sin arriesgarse a acompañarla.

Remozadas con imaginación y creatividad, las palmas, el canto y el cuerpo avanzan unidos en coreografías que, a medida que se grita en la calle, alterando la pesadez y la cotidianidad acostumbrada del pequeño pueblo y de la urbe gigantesca, proponen tanto como reclaman la desusada toma de conciencia frente a los acontecimientos y las situaciones, insistiendo en que  “hay que ver las cosas que pasan; hay que ver las vueltas que dan, con un pueblo que camina para delante y un gobierno que camina para atrás”.
Junto a estas, con la vitalidad de ser proclamadas en nuevas voces y nuevas condiciones, las viejas consignas obreras y estudiantiles aparecen entre quienes no se saben la marsellesa ni la internacional; promoviendo igualmente la unidad en los desunidos; reivindicando antiguos derechos estratégicamente mercantilizados hoy; protestando la inveterada arbitrariedad de los uniformados al servicio de fuerzas que no cuestionan; reclamando la comunión con lo público, precarizado y recortado por la amenaza de terrorismo y el aliento a la privatización; agitando en la calle ideas y expresiones solidarias, en un mundo en el que el consumo y el individualismo se han instalado como medida de todas las cosas.

Para los profetas de la prosperidad neoliberal, que insisten en desgastar la causa democrática, habrá que inventar nuevas consignas que reclamen un mundo para los que padecen su ineficacia; esa para la que el país puede ir mal mientas la economía vaya bien. Esa para la que no hay empleo pero las cifras indican lo contrario. Esa para la que el mínimo incremento del salario genera máximos de ganancia. Esa para la que la universidad pública puede ser privatizada descaradamente. Esa para la que poner en riesgo la salud de los colombianos sigue siendo un buen negocio. Esa que construyó puentes donde no había ríos y movió los ríos para que irrigaran sus tierras. Esa de los pocos, para la que está bien lo que para los muchos está mal.

Cercano ya un nuevo primero de mayo, sumemos nuestra voz y nuestro cuerpo a la lucha por un mundo que no sea un gran taller ni una gran empresa. Aunque ese paisaje todavía no existe, atrevámonos a derribar, uno a uno, los muros del mundo esclavo y recojamos piedras para crear un mundo todavía posible. Por lo pronto, me sostengo en afirmar que la larga marcha de las ideas no está clausurada y que el mundo no es uno ni está dado; para lo cual recurriré de nuevo a Unamuno recordando, pese al espacio que han ganado estos profetas, que “venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir y, para persuadir, necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha”.
¡Que viva el mundo, si aun puede ser nuestro!

Arleison Arcos Rivas
Medellín, 2011

sábado, 16 de abril de 2011

Etnia o raza: más que piel

“Hay que demostrar que ya no nos quedamos callados; que ese tiempo ya pasó”.
Silvano Caicedo. Conferencia, 2010

 “Ya no hay negros, no: hoy todos somos ciudadanos”.
Poema satírico brasilero, de 1888

Tanto en el entorno organizativo como en el ámbito académico, mutuamente animados por las discusiones con relación a la identidad y la pertenencia étnica afrodescendiente toma cuerpo un debate que no por conceptual deja de tener relevancia, enfrentando la caracterización de las manifestaciones cambiantes y las que permanecen del racismo a partir de una concepción étnica o una racial.

domingo, 10 de abril de 2011

La nueva era de la dominación

A partir de la presente semana, todas mis nota están en cuestionp.blogspot.com
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" Todo pueblo que suelte fácilmente lo que ha tomado y se retire tranquilamente a sus antiguos límites, proclama que los felices tiempos de su historia han pasado". 
Alexis de Tocqueville 

La nueva era de la dominación se traza ahora en África Norte, en donde el peso de la diferencia se evapora con el calor de los misiles que, en nombre de Naciones Unidas, resitúan la comprensión del colonialismo en el mundo que se profesa global. La contención bélica de regímenes islámicos, hasta hace algunos días considerados moderados, polarizaría el panorama mundial haciendo evidentes a los ortodoxos en connivencia con el modelo de capitales favorable a los países tras los bombardeos como a los ortodoxos irredentos convertidos en un blanco fácil a consecuencia de su prédica antioccidental, su vinculación mediática como los terroristas tras la masacre de septiembre y su prédica religiosa radical. Del otro lado, la vieja liga de las naciones y su prédica de unidad; para la que países como Colombia resultan exóticamente útiles, a fin de no hacer tan indeseable sus pretensiones de realinear de nuevo al mundo. 

Tocqueville, promotor del colonialismo y defensor de la democracia, identificaba dos maneras de someter a un país: dominar a sus habitantes y gobernarlos directa o indirectamente; tal como hiciera Bush en Irak, sustituyendo engañosamente el régimen de Hussein e impostando las maneras de la democracia petrolizada. La otra estrategia implica la ocupación y el reemplazo de los antiguos habitantes por sus conquistadores, proceso de penetración imperial que hoy ya no sería visto con buenos ojos, además de convertirse en un factor de inestabilidad de difícil configuración. Sin embargo, la conjunción de tales estrategias dibuja una tercera alternativa de dominación hoy en práctica: adueñarse o someter las fuerzas productivas de un país mediante la dominación del territorio por medio de la colonización de su economía. La diferencia con cualquier otra estrategia implementada en los siglos imperiales precedentes es que esta vez tal colonización no proviene de fuera, al menos aparente e inicialmente, sino que acude a la intención de sacar partido de la revuelta popular con la que se estimula la participación en dicho proyecto de las oligarquías existentes al interior de las naciones conquistadas; para que sean estas las que enarbolen las banderas del extranjero, sutilmente revestidas de arabismo y contracolonalidad y apoyadas por un organismo multilateral que por su inveterada ineficacia no produce mayores sospechas, cierre magistral de la estrategia. 

Si se duda de ello, tomar en consideración el que los países del ala musulmana no han erosionado el peso que tienen las enemistades rancias ni las notorias diferencias en las posiciones sociales, políticas y económicas entre sus pueblos y naciones, llevaría a preguntarle a los países que promueven hoy esta guerra de dominación territorial colonizando la economía sin eliminar a la oligarquía nacional: ¿Quién es la resistencia? ¿Quiénes son los rebeldes? Más aún; ¿Cómo es que tal resistencia se encuentra aliada a extranjeros infieles sobre el que pesan el odio arraigado y la sospecha arcaica? 

Ninguna protesta; ninguna batalla se confecciona en lo que dura un sueño; por lo mismo, habría que observar la paciencia y la sagacidad con la que los países de la alianza económica occidental han esperado para diseñar las condiciones de su intervención hasta que el calor de los acontecimientos desplazó el odio al extranjero infiel hacia el propio gobernante despiadado; a lo cual vino bien que tales gobernantes no hubiesen promovido ni afianzado las formas de la democracia durante las décadas en las que lideraban a sus naciones con la aquiescencia de quienes hoy les bombardean, en nombre de la democracia y la unidad de las naciones. 

De hecho, esto es lo primero que resulta sorprendente en el actual proceso político en el Norte de África: los regímenes hoy cuestionados estuvieron cubiertos durante décadas por el manto de la aprobación popular y la negociación armoniosa con los países hegemónicos de occidente; los mismos que hoy abanderan la causa por la transición democrática. Sin despejar las consideraciones por si los conflictos a los que se acude para instigar la contienda se solaparon bajo el peso del aparato militar de regímenes sostenidos en un modelo político gestado cuando el mundo era bipolar y pendía del debate bélico entre el rojo socialismo y la blanca democracia; la actual crisis presentada como árabe y anticolonial evidencia la urgencia por terminar de derribar tales bastiones beligerantes que fueron instalados en aquellos tiempos de guerra fría y comercio multinacional de armas no convencionales. 

No parece convincente que la causa del ataque aliado en apoyo a la denominada resistencia popular sea consecuencia del acoso o el terror que generan líderes extremistas, capaces de articular ejércitos, hordas fanáticas y guerreros suicidas, ni que el objetivo de las fuerzas de la occidentalización y la democratización del mundo consista en promover la unidad de las naciones. Esta fórmula resulta desgastada por George Bush y los líderes mundiales que inscribieron a sus países en una estrategia de ocupación bajo el sello de la lucha antiterrorista. Si ese fuera el fundamento de la actual cruzada de occidentalización, naciones con regímenes autocráticos y teocéntricos, tan o más opresivos como los que hoy son denunciados, temblarían ante el temor de ver sus torres explotando por bombardeos de sus amigos. No obstante, lo cual hace más claro el asunto, continúan extrayendo crudo y exportando de sus yacimientos sin mayores cuestionamientos a la opulencia de sus emires y sultanes frente al oprobio de sus ciudadanos, tal como en Arabia Saudita. 

La nueva era de la dominación, producto de un rediseño político del mundo, conserva su sesgo imperial inscrito en los valores de occidente, al tiempo que insiste en perseguir la aspiración de someter todas las fuerzas sociales bajo el dictamen del capital, para lo cual las oligarquías nacionales al frente de la economía globalizada y los votos reconfigurados de antiguos países no alineados resultan significativamente útiles a la reconfiguración del orbe. 

Odres nuevos para el vino viejo.

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