Si del primer siglo de humanidad uno de nuestros antepasados volviera a nacer, difícilmente podría conectarse con nosotros, a menos que aprendiera rápidamente a leer y escribir. La oralidad socorrida en su época, se encontraría en la nuestra matizada igualmente por estas dos habilidades estimuladas por la invención de la imprenta y la popularización del libro, articuladas a la institucionalización de la escuela y de las formas discursivas propias de la cultura escrita.
Los propósitos de la escuela han cambiado en la sociedad que se disputa el conocimiento como poder y sus acciones y resultados no se reducen a contemplar las posibilidades formativas de un maestro y las aspiraciones de humanización de un alumno, enfrentados a la apropiación de su propio mundo. Esa escuela resulta cuestionada[…]