domingo, 17 de marzo de 2013

El placer de ser Rector


El placer de ser Rector
Arleison Arcos Rivas

Un país debería ser medido no por la grandiosidad de sus economías sino por la estrepitosa  algarabía de sus aulas.

Junto a la minusvaloración social por la docencia, la dirección escolar ha debido resignarse a la pobre condición de ser vista como instrumental y al servicio de la burocracia oficial. Administrando precariedad, bajo el peso de múltiples presiones y dependencias ridículas, los rectores no sólo suelen afirmar que se sienten solos en su labor sino además vilipendiados, calumniados, maltratados,  agredidos e incluso injustamente zaheridos por funcionarios que, en otro modelo y bajo consideraciones más nobles, deberían ser sus aliados, asesores y apoyo en el control disciplinario, la inspección y vigilancia y, especialmente, el manejo de los fondos de servicios educativos.

La tarea de las y los rectores es ingente; incluso  podría pensarse que el conjunto de misiones que les son encomendadas resulta desmedida si se considera que son el primer soporte responsable del funcionamiento escolar, la orientación del pei, la prestación del servicio educativo, la garantía de la educación como derecho, la atención prioritaria a la infancia, el acompañamiento familiar, la satisfacción del bienestar docente y del seguimiento a su labor, el fortalecimiento del clima escolar y laboral, la asignación de funciones a personas que no pudieron seleccionar, la concertación interinstitucional, el abastecimiento institucional, la ejecución presupuestal, el reporte de un sin número de informes a un inmenso número de agencias estatales, la implementación, vigilancia y evaluación de programas y proyectos institucionales, municipales, departamentales y nacionales; entre muchas otras labores que hacen gravosa su gestión, siendo objeto permanente de requerimientos, malquerencias y juzgamientos que ponen en riesgo su salud mental, su vida, su futuro profesional y hasta su patrimonio.

Si bien existe en el gremio quien con sus desafueros justifique tales miramientos; con tenacidad y perseverancia se cuentan en mayor número aquellas y aquellos que hacen país, construyen futuros y  edifican el tejido humano con su trabajo al frente de las instituciones educativas; conscientes del compromiso inmenso que significa orientar una propuesta pedagógica con sentido en una nación acostumbrada a enviar a sus niños a la escuela sin dotarles de las herramientas suficientes para que, efectivamente puedan aprender.

En el cumplimiento de sus tareas, las y los rectores hacen evidente al Estado, concretan planes de desarrollo, visibilizan políticas públicas y hasta armonizan la actuación gubernamental al aportarle diseños, contenidos y didácticas a acciones educativas que permiten a niños, jóvenes y adultos articulados alrededor de la institución escolar, conocer, practicar y replicar lo que de otro modo sería letra muerta y frágil palabra escrita en códigos, leyes, decretos, resoluciones y directivas.

Como si fuera poco, quienes trabajan en escenarios turbulentos fungen como amigables componedores, conciliadores en equidad, mediadores y gestores en la tramitación y transformación de conflictos intersubjetivos, familiares y comunitarios; viéndose enfrentados a grupos delincuenciales, amenazas, presiones de líderes políticos y denuncias de todo tipo con las que su vida misma corre riesgo cotidianamente.

Pese a ello, quijotes que sienten el ladrar de los perros, cabalgan a diario y con afán perseverando en el propósito de transformar el mundo clase a clase. Herederos de una estirpe de soñadores guarnecidos con la armadura de la tenacidad, empuñan sus armas para avanzar,  hacia el horizonte, antes de que el sol se ponga.

Amantes por vocación, gestores por profesión e idealistas por convicción, las y los rectores animan la vida escolar llenando sus ejecutorias con las sonrisas de los esperanzados y los abrazos de los incluidos. Sus niños y niñas son lo único que importa. Por ellas y ellos; por su infancia y su juventud se pelea, se lucha y se combate cada día, fortificados por la fiereza de sus poderosos enemigos.

Un país debería ser medido no por la grandiosidad de sus economías sino por la estrepitosa  algarabía de sus aulas; porque el volumen de tal alegría es el pago que reciben sus maestros y el premio que merecen sus rectores.

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