sábado, 23 de abril de 2011

Las consignas

Hemos construido el sueño
del mundo, la creación,
con dichos; sea tu empeño
rehacer la construcción

Miguel de Unamuno

Construidas en medio de la agitación o redactadas en la serenidad de la noche; finamente elaboradas por creativos pensadores o articuladas con trozos doctrinales, las consignas evidencian el contenido manifiesto de la protesta y acompañan la movilización como un celoso guardián de ideales y aspiraciones.
 
Una historia de la represión podría llevarnos a pensar que las consignas nacieron en la ideación de viejos mecanismos de control de la opinión pública:¡Crucifícale, crucifícale!, gritaban en Jerusalén, aupados por los dueños del templo, los mismos que tiempo atrás llenaron las calles para saludar al rey de los judíos. En épocas más recientes, el militarismo al frente del gobierno, instalaba el sometimiento y la censura periodística “bajo las consignas del Poder Público”, las cuales constituían “órdenes dictadas todos los días a los periódicos sobre los aspectos más variados de su labor. O bien se referían a cuestiones de fondo (temas y argumentos de los que no se podía informar o de los que había que informar obligatoriamente), o bien a aspectos de presentación de las noticias (…), o bien a detalles de la actividad misma de los periódicos” (Sinova 2006, 191).

Sin embargo, rastrear su historicidad nos remontaría al primer grito, al primer acto de levantamiento en contra de un poder instituido arbitrariamente o cuestionado por quienes padecen su ineficacia. En un lenguaje necesariamente bipolar, la capacidad de la derecha para producir órdenes y dictados en los más diversos regímenes políticos promotores de la uniformidad mental e ideológica resulta contestada por la izquierda, acudiendo a figuras literarias cercanas al imaginario popular, sustituyendo las órdenes por ideas y reconvirtiendo los mandatos en iniciativas de acción; las cuales, sin embargo, permanecen alerta ante el bizarro equívoco de creer que una idea es un verso y que una palabra es el mundo.

Quienes se instalan hoy en el poder y recogen sus designios en lemas empresariales, en planes de operación agresiva y en indicadores de mercado con los que, también al frente del Estado, miden su capacidad de acción en términos rentabilísticos, oyen sin escuchar las consignas en la voz desgastada pero infatigable de estudiantes, maestros, trabajadores, mujeres, afrodescendientes, indígenas, ciudadanos convertidos en usuarios de la salud, madres que aun reclaman a sus hijos….  Situados, como requieren, en cumbres muy por encima de la voz y del reclamo popular, se abrogan la autoridad para acusarles, como al poeta Silva, de sacrificar el mundo por pulir un verso; inconscientes frente a la evidencia de que la poética de la consigna importa menos que su eficacia en el propósito de transmitir en versos la agitación que espera transformar, no sólo el propio mundo, sino el que los profetas de la prosperidad neoliberal han construido contando con el padecimiento, la conformidad y la ingenuidad de la multitud.

En su carácter contestatario, las consignas expresan la erosión de las ideas en manos del efecticismo económico imperante, que desgasta la política y promueve la inacción y el refugio en los meandros interiores. Llenas de optimsmo, se convierten en instrumentos articuladores del reto movilizatorio en un momento en el que muchos prefieren quedarse a la expectativa, observando desde la barrera: “¡Compañero mirón, únete al montón!”,  se grita para convocar la solidaridad de los que, absortos, contemplan una marcha sin arriesgarse a acompañarla.

Remozadas con imaginación y creatividad, las palmas, el canto y el cuerpo avanzan unidos en coreografías que, a medida que se grita en la calle, alterando la pesadez y la cotidianidad acostumbrada del pequeño pueblo y de la urbe gigantesca, proponen tanto como reclaman la desusada toma de conciencia frente a los acontecimientos y las situaciones, insistiendo en que  “hay que ver las cosas que pasan; hay que ver las vueltas que dan, con un pueblo que camina para delante y un gobierno que camina para atrás”.
Junto a estas, con la vitalidad de ser proclamadas en nuevas voces y nuevas condiciones, las viejas consignas obreras y estudiantiles aparecen entre quienes no se saben la marsellesa ni la internacional; promoviendo igualmente la unidad en los desunidos; reivindicando antiguos derechos estratégicamente mercantilizados hoy; protestando la inveterada arbitrariedad de los uniformados al servicio de fuerzas que no cuestionan; reclamando la comunión con lo público, precarizado y recortado por la amenaza de terrorismo y el aliento a la privatización; agitando en la calle ideas y expresiones solidarias, en un mundo en el que el consumo y el individualismo se han instalado como medida de todas las cosas.

Para los profetas de la prosperidad neoliberal, que insisten en desgastar la causa democrática, habrá que inventar nuevas consignas que reclamen un mundo para los que padecen su ineficacia; esa para la que el país puede ir mal mientas la economía vaya bien. Esa para la que no hay empleo pero las cifras indican lo contrario. Esa para la que el mínimo incremento del salario genera máximos de ganancia. Esa para la que la universidad pública puede ser privatizada descaradamente. Esa para la que poner en riesgo la salud de los colombianos sigue siendo un buen negocio. Esa que construyó puentes donde no había ríos y movió los ríos para que irrigaran sus tierras. Esa de los pocos, para la que está bien lo que para los muchos está mal.

Cercano ya un nuevo primero de mayo, sumemos nuestra voz y nuestro cuerpo a la lucha por un mundo que no sea un gran taller ni una gran empresa. Aunque ese paisaje todavía no existe, atrevámonos a derribar, uno a uno, los muros del mundo esclavo y recojamos piedras para crear un mundo todavía posible. Por lo pronto, me sostengo en afirmar que la larga marcha de las ideas no está clausurada y que el mundo no es uno ni está dado; para lo cual recurriré de nuevo a Unamuno recordando, pese al espacio que han ganado estos profetas, que “venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir y, para persuadir, necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha”.
¡Que viva el mundo, si aun puede ser nuestro!

Arleison Arcos Rivas
Medellín, 2011

sábado, 16 de abril de 2011

Etnia o raza: más que piel

“Hay que demostrar que ya no nos quedamos callados; que ese tiempo ya pasó”.
Silvano Caicedo. Conferencia, 2010

 “Ya no hay negros, no: hoy todos somos ciudadanos”.
Poema satírico brasilero, de 1888

Tanto en el entorno organizativo como en el ámbito académico, mutuamente animados por las discusiones con relación a la identidad y la pertenencia étnica afrodescendiente toma cuerpo un debate que no por conceptual deja de tener relevancia, enfrentando la caracterización de las manifestaciones cambiantes y las que permanecen del racismo a partir de una concepción étnica o una racial.

domingo, 10 de abril de 2011

La nueva era de la dominación

A partir de la presente semana, todas mis nota están en cuestionp.blogspot.com
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" Todo pueblo que suelte fácilmente lo que ha tomado y se retire tranquilamente a sus antiguos límites, proclama que los felices tiempos de su historia han pasado". 
Alexis de Tocqueville 

La nueva era de la dominación se traza ahora en África Norte, en donde el peso de la diferencia se evapora con el calor de los misiles que, en nombre de Naciones Unidas, resitúan la comprensión del colonialismo en el mundo que se profesa global. La contención bélica de regímenes islámicos, hasta hace algunos días considerados moderados, polarizaría el panorama mundial haciendo evidentes a los ortodoxos en connivencia con el modelo de capitales favorable a los países tras los bombardeos como a los ortodoxos irredentos convertidos en un blanco fácil a consecuencia de su prédica antioccidental, su vinculación mediática como los terroristas tras la masacre de septiembre y su prédica religiosa radical. Del otro lado, la vieja liga de las naciones y su prédica de unidad; para la que países como Colombia resultan exóticamente útiles, a fin de no hacer tan indeseable sus pretensiones de realinear de nuevo al mundo. 

Tocqueville, promotor del colonialismo y defensor de la democracia, identificaba dos maneras de someter a un país: dominar a sus habitantes y gobernarlos directa o indirectamente; tal como hiciera Bush en Irak, sustituyendo engañosamente el régimen de Hussein e impostando las maneras de la democracia petrolizada. La otra estrategia implica la ocupación y el reemplazo de los antiguos habitantes por sus conquistadores, proceso de penetración imperial que hoy ya no sería visto con buenos ojos, además de convertirse en un factor de inestabilidad de difícil configuración. Sin embargo, la conjunción de tales estrategias dibuja una tercera alternativa de dominación hoy en práctica: adueñarse o someter las fuerzas productivas de un país mediante la dominación del territorio por medio de la colonización de su economía. La diferencia con cualquier otra estrategia implementada en los siglos imperiales precedentes es que esta vez tal colonización no proviene de fuera, al menos aparente e inicialmente, sino que acude a la intención de sacar partido de la revuelta popular con la que se estimula la participación en dicho proyecto de las oligarquías existentes al interior de las naciones conquistadas; para que sean estas las que enarbolen las banderas del extranjero, sutilmente revestidas de arabismo y contracolonalidad y apoyadas por un organismo multilateral que por su inveterada ineficacia no produce mayores sospechas, cierre magistral de la estrategia. 

Si se duda de ello, tomar en consideración el que los países del ala musulmana no han erosionado el peso que tienen las enemistades rancias ni las notorias diferencias en las posiciones sociales, políticas y económicas entre sus pueblos y naciones, llevaría a preguntarle a los países que promueven hoy esta guerra de dominación territorial colonizando la economía sin eliminar a la oligarquía nacional: ¿Quién es la resistencia? ¿Quiénes son los rebeldes? Más aún; ¿Cómo es que tal resistencia se encuentra aliada a extranjeros infieles sobre el que pesan el odio arraigado y la sospecha arcaica? 

Ninguna protesta; ninguna batalla se confecciona en lo que dura un sueño; por lo mismo, habría que observar la paciencia y la sagacidad con la que los países de la alianza económica occidental han esperado para diseñar las condiciones de su intervención hasta que el calor de los acontecimientos desplazó el odio al extranjero infiel hacia el propio gobernante despiadado; a lo cual vino bien que tales gobernantes no hubiesen promovido ni afianzado las formas de la democracia durante las décadas en las que lideraban a sus naciones con la aquiescencia de quienes hoy les bombardean, en nombre de la democracia y la unidad de las naciones. 

De hecho, esto es lo primero que resulta sorprendente en el actual proceso político en el Norte de África: los regímenes hoy cuestionados estuvieron cubiertos durante décadas por el manto de la aprobación popular y la negociación armoniosa con los países hegemónicos de occidente; los mismos que hoy abanderan la causa por la transición democrática. Sin despejar las consideraciones por si los conflictos a los que se acude para instigar la contienda se solaparon bajo el peso del aparato militar de regímenes sostenidos en un modelo político gestado cuando el mundo era bipolar y pendía del debate bélico entre el rojo socialismo y la blanca democracia; la actual crisis presentada como árabe y anticolonial evidencia la urgencia por terminar de derribar tales bastiones beligerantes que fueron instalados en aquellos tiempos de guerra fría y comercio multinacional de armas no convencionales. 

No parece convincente que la causa del ataque aliado en apoyo a la denominada resistencia popular sea consecuencia del acoso o el terror que generan líderes extremistas, capaces de articular ejércitos, hordas fanáticas y guerreros suicidas, ni que el objetivo de las fuerzas de la occidentalización y la democratización del mundo consista en promover la unidad de las naciones. Esta fórmula resulta desgastada por George Bush y los líderes mundiales que inscribieron a sus países en una estrategia de ocupación bajo el sello de la lucha antiterrorista. Si ese fuera el fundamento de la actual cruzada de occidentalización, naciones con regímenes autocráticos y teocéntricos, tan o más opresivos como los que hoy son denunciados, temblarían ante el temor de ver sus torres explotando por bombardeos de sus amigos. No obstante, lo cual hace más claro el asunto, continúan extrayendo crudo y exportando de sus yacimientos sin mayores cuestionamientos a la opulencia de sus emires y sultanes frente al oprobio de sus ciudadanos, tal como en Arabia Saudita. 

La nueva era de la dominación, producto de un rediseño político del mundo, conserva su sesgo imperial inscrito en los valores de occidente, al tiempo que insiste en perseguir la aspiración de someter todas las fuerzas sociales bajo el dictamen del capital, para lo cual las oligarquías nacionales al frente de la economía globalizada y los votos reconfigurados de antiguos países no alineados resultan significativamente útiles a la reconfiguración del orbe. 

Odres nuevos para el vino viejo.

sábado, 2 de abril de 2011

El jaleo del oprimido

¿A dónde quieren llevar al negro? 
miren que el negro se está cansando 
que todo el mundo le va jalando 
como si fuera él un maniquí 
Ñico Saquito

Para mucha gente la escuela; básica, media o superior, debería entenderse como un receptáculo de las políticas hegemónicas instaladas como válidas por una élite ilustrada que, como clase, impone con relativo éxito su particular mentalidad respecto del Estado y sus funciones a las diferentes fuerzas sociales. En ese modelo, la escuela se convierte en un ejercicio de dictado magnificado por el impacto que tiene la escolaridad puesta al servicio de la empresa y de las faenas laboriosas en el modelo de economía en el que las fuerzas productivas cumplen la misión de dar valor al capital y operan en torno a su entronización. 


Para quienes así opinan, la escuela debe resultar no sólo útil, sino además lucrativa. 

Por lo contrario, para quienes perseveran (perseveramos) en una actitud que entiende la educación y la escuela como campos de combate entre procesos hegemónicos y alternativas emancipatorias; la escuela es un bien inútil, no es una mercancía, y la educación es un derecho antes que un servicio, cuyo valor no está relacionado con la capitalización del mundo sino con su necesaria humanización. 

Para quienes así pensamos, el reclamo por lo público en el escenario escolar controvierte abierta y decididamente la actuación tecnocrática de quienes calculadamente convierten cada acto educativo en un eslabón más hacia una sociedad en la que a los muchos la ocupación y no el trabajo, la precarización y no el bienestar, la desregulación y no la seguridad social, la utilidad y no la felicidad se les convierten en una herencia que rebaja sus posibilidades sociales a la sola formación para el empleo; mientras tal diseño inteligente asigna igualmente valores de clase a una concepción paralela de la escuela, privada y de elite, para la que educarse es, también, acumular capital. 

Para situar su concepción de la escuela y de la educación, las actuales autoridades públicas, interpretes de los dictados de élite, afianzan y fortalecen el pensamiento único y la racionalidad instrumental a partir de las cuales el diálogo y la negociación se instalan como los únicos instrumentos válidos para escuchar a la contra parte. Escuchar no es sinónimo de concertar, acordar o convenir; y por ello el diálogo suele convertirse en un procedimiento sordo en el que la voz del otro, de quien reclama, protesta y se moviliza frente a las fuerzas sistémicas, es desoída y no suele ser respetada, a consecuencia de la desproporción de quien se sitúa en el pedestal de la victoria o, lo que es igual, en el puesto de mando convertido en una cómoda torre de control. 

En esas circunstancias, la protesta se convierte en una alternativa disponible para quienes, juiciosamente, han insistido en construir canales comunicativos parsimoniosos y discursivos; para quienes han asistido a los espacios diseñados para el entendimiento, sin que sus argumentos logren transformar las prácticas y convenciones de su oponente. Si la protesta debe o no estar acompañada de acciones belicosas obedece más a las consideraciones respecto de los medios considerados determinantes para la acción sin que ello atente contra la acción misma de lucha y protesta. Por ello se puede estar de acuerdo con la movilización sin que se termine por aceptar que las salidas disponibles pueden ser igualmente pendencieras. Sin embargo, con mayor certidumbre, podría pensarse que el que las autoridades públicas cuenten a su disposición con (y activen como lo hacen) efectivos policiales, sistemas de inteligencia y ordenadores de represión, evidencia que la posibilidad de tales manifestaciones ha sido calculada y anticipada; constituyendo ello mismo un acto oficial de incitación. 

Hoy, nuevamente, la universidad pública está de jaleo, resultando previsible que en las próximas semanas aumente el volumen de sus manifestaciones. Hoy, nuevamente, se acusa de infiltrados de grupos armados a quienes, bajo una capucha, ocultan su rostro para quien tiene el poder de eliminarlos o desaparecerlos. Hoy, nuevamente, se acusa de terroristas y criminales a quienes protestan por la disminución real del presupuesto y de los recursos para el cumplimiento de sus funciones, por el carácter funcional de la inversión privada, por el incremento de los sistemas panópticos, vigilancia y control, por las nuevas mediciones de tarifas y costeo de las matrículas, por la grave lesión a la autonomía universitaria… 

En la educación básica y media, también se espera jaleo en los próximos días, al presentar el pliego de peticiones del magisterio colombiano, en defensa de la educación pública y en rechazo de la privatización, la plantelización y la precarización de la profesión docente. ¿Será, entonces, se acusará igualmente de terrorista a los maestros? Los trabajadores afiliados a la CUT han expresado solidaridad y apoyo a los maestros. ¿Entonces también serán tildados de infiltrados? Estudiantes, padres, madres y ciudadanos solidarios se vincularán seguramente a estas marchas y movilizaciones. ¿Serán tildados de delincuentes entonces? 

La recurrencia al jaleo del oprimido evidencia que no basta la existencia de canales comunicativos si no sirven para producir acuerdos o si el único acuerdo posible es el que conviene al más fuerte. La escuela que construimos, básica, media y superior, habrá de sospechar que la historia escrita, dictada y servida por el cazador se traza, invariablemente, con la sangre de su presa.

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