sábado, 27 de noviembre de 2010

¿PRIMER EMPLEO O INGRESO A LA SERVIDUMBRE?


Como parte de las políticas de incremento del empleo en Colombia, el Presidente Santos ha presentado el proyecto de ley del primer empleo, a consideración del Congreso,  organismo que, resulta previsible, lo aprobará sin mayor cuestionamiento, como queda sobreentendido porque tal institución puede ser llamada ya la aplanadora de la unidad nacional; tal como vimos en la presente semana con la manera irresponsable y ramplona con la que se discutió el tema de las regalías, votando y volviendo a votar contra lo aprobado minutos antes.

En la presentación oficial, la ley de primer empleo pretende “romper el cuello de botella de la informalidad empresarial y laboral en Colombia así como facilitar la vinculación laboral de los jóvenes”; ello hace suponer que tal proyecto se constituiría en una mayor apertura de la puerta laboral para las y los jóvenes, en procura de reducir el desempleo y la pobreza en el país. Sin embargo, su articulado deja ver que se trata de una medida que lesiona gravemente los ingresos de los trabajadores, disminuye aun mucho más el salario mínimo y podría generar mayores afectaciones al ya precario nivel de empleo formal de la clase baja colombiana; pues tal ley no solo se constituiría en una puerta de entrada de las y los jóvenes sino también en una de salida del mundo laboral para las personas mayores, víctimas de un proceso de selección empresarial que privilegia la edad sobre la experiencia y el conocimiento, estimulado ahora con el abaratamiento de la fuerza de trabajo juvenil.

El proyecto de ley está diseñado a estimular la servidumbre juvenil al disminuir sustancialmente el salario mínimo para esta población e incrementar, sin más, los contratos de aprendizaje. Con ello se desconocen derechos laborales, al tiempo que se beneficia a los empleadores que incorporen la fuerza de trabajo juvenil, abaratando el pago de parafiscales y beneficiándoles con descuentos en el impuesto de renta, amén de otras exclusiones y deducciones que disminuyen los trámites y la carga tributaria para los empleadores sin que ello suponga que, de manera equiparable, tomarán la decisión de vincular menores de 25 años a su planta de personal.

Por ello, aparte de dudar de si el objeto de la ley sería crear nuevos empleos juveniles o estimular los beneficios para los empleadores formales, preocupa que las exenciones proyectadas no sean las requeridas para estimular el incremento de nuevas plazas y ocupaciones formales, pues como lo indican los datos de otros países analizados por Stefano Farné, no hay una relación directa entre beneficios a empleadores y decisión de contratar a jóvenes.

En ese sentido el pasado es desalentador: la economía colombiana ha incrementado su productividad en los últimos diez años y al mismo tiempo se han generado exenciones y beneficios para los empleadores en contra de los trabajadores tales como la eliminación de recargos, sucesivas reformas laborales y tributarias; por lo tanto, debería haber ocurrido que el empleo como el ingreso de las y los colombianos hubiesen aumentado significativamente. 

Tales reformas, por el contrario, no han significado un mejoramiento sustancial del empleo o del ingreso y el salario de las y los colombianos y sí una proliferación incontrolada del subempleo, la tercerización y el surgimiento de otras formas desreguladas de autoempleabilidad o emprendimiento informal que, sumadas a las condiciones flexibles de promoción de las importaciones promovidas por la letanía de la confianza inversionista, han significado una parálisis relativa en la ocupación en el sector formal; el cual produce tres veces menos empleos que el sector informal, afectando de paso y con severidad a mujeres y afrodescendientes, quienes se cuentan en mayor proporción entre los nueve millones de colombianas y colombianos subempleados.

Todo esto, permite suponer que este proyecto, que requiere mayores consideraciones como lo ha solicitado la CUT, podría convertirse en la formalización de la servidumbre en Colombia, estimulando la precarización del ingreso y del empleo, la juvenilización de las ocupaciones, la indecencia en el mundo del trabajo y el envejecimiento de la informalidad a costa del mayor enriquecimento de los que ya son ricos.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Cien días en educación: Sigue la deuda.


 Los cien primeros días del gobierno de Juan Manuel Santos dejan ver, por lo actuado hasta ahora, que la política educativa seguirá siendo la cenicienta de este paseo. No sólo por el tratamiento presupuestal, por debajo del gasto militar de acuerdo a lo aprobado para 2011, sino además por la inexperiencia de la Ministra, recién llegada a los asuntos del sector y a su carácter pedagógico, didáctico, magisterial y evaluativo.

Si se ingresa hoy al portal del Ministerio de Educación, pese a que se afirma que la educación es un soporte fundamental del programa de unidad nacional para la prosperidad, no aparece todavía un documento en el que se perfilen los referentes de lo que sería la política de calidad educativa del actual gobierno. Lo único disponible es un folleto en el que se barruntan algunas apuestas ministeriales. Lo que figura son los titulares de dicha propuesta: Calidad como propósito nacional, atención a la primera infancia, cerrar brechas de inequidad, educar con pertinencia para la innovación y convertir al sector educativo en modelo a seguir en materia de gestión y administración pública son por ahora titulares de prensa; lo que en la práctica indica que estos cien días no han sido de implementación sino de pronunciamientos en este sentido.

En campaña, Juan Manuel Santos planteó su camino para “la educación, el deporte y la innovación para seguir avanzando” y afirmó que “la educación es el camino más efectivo para eliminar esas grandes diferencias que tenemos en Colombia… el camino más efectivo para la movilidad social; para que los pobres salgan de la pobreza, por eso es tan importante darle prioridad”. En su propuesta aparecen aspiraciones de mejorar la calidad educativa, la excelencia docente, generar igualdad de acceso, pertinencia, cobertura, aprendizaje laboral, universalización del grado cero y duplicar los cupos en educación superior técnica (http://www.citytv.com.co/videos/73648/juan-manuel-santos-y-sus-propuestas-para-la-educacion).

Sin embargo, por sus declaraciones, se presenta al país la promesa de avanzar en calidad, pero al mismo tiempo se dan tumbos y retrocesos en materia de evaluación, capacidad de diálogo multiestamental y concepciones del aprendizaje escolar. Por ello, la administración Santos no muestra señales de tomarse en serio el mejoramiento del sector y, por el contrario, sí de ahondar la subestimación de la educación para jalonar transformaciones sociales en el país; pese al lema ministerial según el cual la educación de calidad es el camino de la prosperidad.

Si valoramos inicialmente lo que recibe la Ministra María Fernanda Campo, luego de ocho años de la denominada revolución educativa, con la que el país aplicó de nuevo la receta preparada por los organismos crediticios multilaterales, hoy se presenta como un significativo avance la cobertura, el incremento de computadores por número de estudiantes, la formación docente en TIC y en segunda lengua, la incorporación por concurso de nuevos docentes a la planta oficial, con las reservas de dicho proceso y la polémica por recorte de beneficios con el estatuto docente 1278. De igual manera, la implementación de programas de cobertura y atención a la primera infancia, el perfilamiento pedagógico y ciudadano de la educación para la sexualidad, la articulación iniciada entre Media Técnica y formación superior, la implementación de pruebas y evaluaciones nacionales e internacionales y la racionalización de las secretarías de educación.

Estos programas, pese a la reticencia con la que son recibidos pues, en mucho, son consecuencia de imposiciones y arbitrariedades al adoptar el Ministerio un criterio direccionista en la concepción de la política educativa, son presentados como los hitos resaltantes del pasado gobierno; pese a que resulta preocupante su trabajo deficiente en el equipamiento e infraestructura educativa, la inacción para enfrentar la precarización de la profesión docente, el estancamiento de la planta docente pese al aumento de cobertura, el debilitamiento de la financiación de la educación superior y el desbertebramiento de las garantías salariales, en salud, pensiones y derechos adquiridos por los maestros a consecuencia de la tramitación de proyectos de ley y decretos que afectan tanto la carrera docente como el régimen de excepción del magisterio.

El balance, entonces, no parece halagüeño, en la medida en que estos asuntos no han sido tratados ni fueron incorporados al pacto nacional por la calidad de la educación postulado por la nueva Ministra.

Concentraré mis observaciones en tres aspectos básicos: la tensión cobertura vs. calidad, la profesionalización docente y la evaluación de los aprendizajes, temas que empiezan a hacer ruido en el ámbito educativo, que se supone es el aceite en las locomotoras de la prosperidad.

1. Cobertura vs. Calidad: el reto de mayores recursos e infraestructura pública suficiente y eficiente

Además del impacto negativo de contar con aulas atiborradas de estudiantes, menos docentes por institución educativa, procesos de privatización y concesión a particulares en la prestación del servicio educativo; el país continúa rezagado en los aportes que llegan a los entes territoriales certificados, disminuyendo el presupuesto que efectivamente se invierte en cada institución educativa. A ello se suma el que no se concretan aportes específicos orientados al fortalecimiento docente y a la inversión en investigación educativa, cuyo impacto en las aulas resulta escandalosamente precario.

Pese a que actualmente cursa un proyecto para reformar la ley 30, la financiación estatal de la educación superior no creció en el proyecto de presupuesto para el año entrante, con lo cual se acrecienta la desfinanciación del sector y, de paso, se desestimula la innovación y la investigación al no fortalecer el presupuesto en ciencia y tecnología, como lo evidencia el que, pese a haber transformado a Colciencias en un ente descentralizado dependiente de la Presidencia, tan sólo se asignó el 0.2% del presupuesto general de la nación a la actividad investigativa (cifra igual a lo que se invierte en el Congreso de la República y en cultura y deporte).

En la cobertura en educación básica, podría incluso presentarse una constricción en los avances hacia la gratuidad, algo en lo que diferentes entes territoriales han hecho avances relativos. Por sentencia de constitucionalidad, se ha obligado al Ministerio de Educación a cumplir el artículo 183 de la ley 115 y se ordena la universalización, con cargo al Sistema General de Participaciones, para la educación básica, lo cual ocurrirá inicialmente en preescolar y primaria en las instituciones educativas públicas. A la fecha, aun no se ha expedido reglamentación alguna respecto de cómo se procederá para garantizar el derecho a la educación en condiciones de gratuidad para la básica secundaria, ni se sabe aún cuál será la fuente de la que provendrán recursos para que las correspondientes secretarías certificadas procedan a formalizar otros programas de gratuidad que ya venían adelantando. Con el silencio ministerial al respecto, además de permanecer en el limbo los aportes para los sisbenizados con el cambio de su caracterización, se ponen en riesgo avances alcanzados por algunos entes territoriales en los que la educación pública es hoy universal y gratuita en todos sus grados, niveles y ciclos.

Sumado a estas consideraciones, habría que considerar que la extensión de la gratuidad en garantía del derecho a la educación implicará un incremento considerable de solicitudes de nuevos cupos. Cabe, entonces, la pregunta por cómo se va a responder a tal demanda cuando las actuales instalaciones educativas resultan insuficientes para que las y los niños y adolescentes estudien en condiciones dignas dado el deterioro, precariedad y limitaciones que presentan las actuales plantas físicas. La mayoría de instituciones, construidas hace varias décadas y, en buena parte, por el esfuerzo de las comunidades y las Juntas de Acción Comunal u organizaciones religiosas, cuentan con aulas tradicionales mal dimensionadas y generalmente pequeñas para la población que atienden, incumpliendo con ello la Norma Técnica Colombiana NTC-4595 y 4596, sin que resulten adecuadas como ambientes de aprendizajes o espacios promotores de convivencia. La mala calidad de dichos espacios deja hoy al país, incluidas las principales ciudades, con una colcha de retazos en las que se perciben los pocos y nuevos colegios frente al cúmulo de sedes educativas con escaso mobiliario y precarias edificaciones.

En este sentido, resulta preocupante para la concepción de lo público que se construyan nuevas ciudadelas educativas pero continúen siendo entregadas en concesión al sector privado en diferentes ciudades o se incremente sustancialmente la cobertura educativa pagada por el Estado a particulares, disminuyendo con ello la cobertura pública e incrementando las ganancias para tales empresarios, cuando lo que el país espera es que el Estado avance decididamente en la satisfacción de la educación pública de calidad, con disponibilidad de maestros, mejores recursos y espacios suficientes para el fortalecimiento de aprendizajes con sus escolares.

A este respecto, en el evento en el que se anunció la política de calidad educativa, la Ministra dejó entrever la razón por la que fue nombrada: cerrar el circuito entre el mundo empresarial y el educativo, poniendo las aulas al servicio del mundo del trabajo, al parecer tanto en sus contenidos como en su administración. Lo que está en juego es el sentido político de la educación, gestora de autonomía y de proyectos de vida propios, frente a la racionalidad técnica que insiste en disponer los espacios escolares para el mundo laboral, anticipando sin mayores mediaciones procesos de apropiación técnica que ocupen a los colombianos. Quisiera advertir que, de suyo, aquí no todo es perverso, como lo ven ciertas voces sindicales. En formación técnica, lo que tiene la Ministra es un reto enorme para articular pertinencia y utilidad de tales aprendizajes, considerando el hecho de que este tipo de formación no está significando mejoramiento salarial ni estabilidad ocupacional para el bachiller que se hace una diplomatura técnica. En este sentido lo que inquieta es que, viniendo de donde viene la Ministra, le va a quedar difícil desconectarse de los dictados y recetas que convierten a la escuela en un taller en el que todo resulta práctico y orientado al hacer más que al saber.

2. Profesionalización y relacionamiento con el magisterio: en tablas
En la décima edición de los denominados “acuerdos para la prosperidad”, la Ministra Maria Fernanda planteó que la innovación y las nuevas tecnologías deben incorporarse en los procesos educativos, así como fortalecerse las relaciones interinstitucionales. De igual manera, insistió en estrechar los vínculos con el sector empresarial, la capacitación docente de calidad y el mejoramiento de la gestión del sector educativo, como estrategias para cerrar la brecha de desigualdad en el país.

Sin embargo, FECODE ha hecho serios cuestionamientos a lo que promete ser la política de calidad planteada por la Ministra, en la medida en que las directrices hasta ahora conocidas ahondarían la privatización y la prestación del servicio público educativo por cobertura, continuaría con la división magisterial en dos estatutos enfrentados y desiguales, permitiría que se sigan vinculando al servicio educativo profesionales de diferentes disciplinas sin formación previa en pedagogía y didáctica, no resolvería la ambigüedad respecto de la jornada laboral docente reglamentada de manera imprecisa por el decreto 1850 de 2002, acrecentaría la limitación de recursos para ascensos y reubicación, generaría una suerte de desplazamiento autofinanciado con la nueva reforma al régimen de traslados y amenazados contenida en el decreto 520 de 2010 y, previsible ya, precarizará las condiciones de vida del magisterio con el incremento insuficiente de los salarios que, por bajos, no resisten comparación con ningún otro sector profesional.

De manera preocupante, la no revisión de las asignaciones presupuestadas afectarán significativamente la prestación del servicio de salud para el magisterio y sus familias en la medida en que, incluso hoy con un régimen excepcional, se pone en riesgo la vida de las y los docentes dada la mala calidad en atención y prestación oportuna, el no contar con protocolos que identifiquen las enfermedades profesionales del magisterio, el desfinanciamiento del Fondo de Prestaciones Sociales del Magisterio y la reforma a los regímenes de excepción que eliminaría el que actualmente cubre a quienes están al servicio de la educación pública en preescolar, básica y media.

El amplio reclamo magisterial por un estatuto único que profesionalice la docencia muy seguramente deberá promoverse por vía legislativa puesto que a la fecha tal petición parece no tener eco en el gobierno nacional, quien no se ha referido a ella en foro alguno ni está contenido como parte de la presentación de la política “educación de calidad, el camino de la prosperidad”; como tampoco hacen parte de dicho paquete de políticas las aspiraciones de mejoramiento del salario docente, lo cual no ha sido considerado siquiera en las declaraciones públicas de la ministra o en los documentos a la fecha disponibles.

3. Evaluación de los aprendizajes: Mucho ruido y poca reflexión.

De manera escandalosa se han ventilado en los medios de comunicación, en la sesión de trabajo con los Secretarios de Educación del país y en una sonada y reciente rueda de prensa, cifras inquietantes sobre el posible incremento de la repitencia en el año 2010, a consecuencia de transitar de la promoción sumaria del decreto 230 de 2002 a los Sistemas Institucionales de Evaluación del decreto 1290 de 2009. En opinión de los medios, de Secretarios de Educación y, sorprendentemente, de algunos líderes sindicales, los maestros habrían convertido la evaluación en un instrumento de venganza para condenar a ‘perder el año’ a sus estudiantes. De un 70% se bajó la cifra a 30% y, en esta semana, al 7,5%, lo que en opinión de la Ministra constituye un desborde pernicioso comparado con el obligaorio 5% contenido en el anterior decreto sobre evaluación. Tal manera de insistir en la culpa y no en el problema olvida que en la escuela las dificultades no se presentan por los altos resultados de unos pocos sino por los malos y deficientes de los muchos; algo que un ejercicio más cercano a los procesos socioeconómicos incidentes en el ejercicio de aprender podría investigar.

No sólo por el carácter alarmista sino por la impertinencia de una medida direccionista y arbitraria como sería obligar a las instituciones educativa del país a promover a toda costa y contra todo diagnóstico a sus estudiantes, las declaraciones de la Ministra en rueda de prensa del pasado martes evidencian el que el direccionamiento educativo hoy no está en manos expertas en los asuntos de su competencia, sino en personas centradas en continuar la receta de la autopromoción para la que sólo basta finalizar noviembre en el aula para continuar en el siguiente grado, sin enfrentar el asunto de que el actual sistema educativo de precaria infraestructura, alta masificación y profesionales mal pagados y sin tiempo para personalizar el acompañamiento a las debilidades de los escolares dado que el decreto 1850 prácticamente los entiende como 'dictadores de clase'; desmotiva, deja atrás y lleva afuera a muchos niños y niñas.

En este vaya y dile tan agitado, destaca el que ni las organizaciones sindicales ni el Ministerio ni las Secretarías de Educación se han percatado de que los supuestos iniciales de repitencia desbordada han disminuido, a consecuencia del trabajo adelantado en las instituciones educativas para facilitar la promoción a quien efectivamente puede ser promovido, tal como lo contempla el decreto 1290. De igual manera, sorprende que en el primer año de implementación de una reforma radical al proceso de la evaluación de los aprendizajes en la escuela colombiana y sin mayores evidencias, tan diferentes estamentos se vayan lanza en ristre contra lo que podría llegar a ser un experimento exitoso en el avance hacia la autonomía de las instituciones educativas, las cuales ya vienen adelantando acciones para acercar aun más sus estadísticas a la realidad de las aulas.

Sorprende igualmente que la angustia ministerial consista en comparar el obligado 5% contra el actual 7,5% en las posibles cifras de repitencia, a las cuales se habría llegado sin intervención alguna del Ministerio o de las Secretarías y sí por un ejercicio consciente y autocrítico de sus propios procesos en las Instituciones Educativas oficiales pues, hay que decirlo, tales guarismos nunca han preocupado ni detenido al sector privado para adelantar procesos abiertamente irreglamentarios asociados a la repitencia y la pérdida de cupo en sus establecimientos; cosa que tampoco preocupa a la Ministra a la hora de identificar las notorias brechas que distancian los resultados de ambos sectores.

Por fuera de este ejercicio he dejado temas de importancia, tales como la insistencia en favorecer la capacidad instalada en formación técnica, lo que supondría desestimular la educación profesional universitaria; la revisión a las diferentes propuestas en torno a los denominados proyectos transversales que ponen en debate hoy a uno de ellos: La educación para la sexualidad; los asuntos de la pertinencia asociados a la etnoeducación, la inclusión de género, los entornos educativos diferenciados, entre otros, para lo cual esperaremos los siguientes cien días de gestión pública educativa.

Con lo visto, en estos cien días la promesa de la Ministra de poner en el centro de la deliberación nacional la calidad de la educación no pasa de ser un buen titular, considerando que el actual gobierno desmontó a la educación como una de sus “locomotoras” y la situó como uno de los ejes transversales de la prosperidad, según lo presenta Planeación Nacional. De igual manera, queda por ver si la Ministra, con una amplia experiencia como alta ejecutiva del sector comercio, financiero y en banca de inversión pero desvinculada de cualquier entorno asociado al sector educativo, podrá abanderar de manera idónea el mejoramiento de la calidad de la educación, pues lo que augura su formación como Ingeniera Industrial con Maestría en Finanzas, es el ahondamiento del tratamiento gerencial y rentista en el sector, que insiste en ver la escuela como una empresa educacional, dejando atrás el acompañamiento, la asesoría y el direccionamiento científico de la política educativa nacional.

domingo, 14 de noviembre de 2010

MI VECINO ES UN “CHOCUANO” O LAS MELODÍAS DEL ODIO

La música, ese instrumento celestial con el que algún dios arcano testó a su descendencia el secreto del universo, puede convertirse igualmente en el peor de los instrumentos para interpretar las melodías del odio y la discriminación. Al igual que otras muestras estéticas y plásticas, una melodía tiene la posibilidad enorme de transportar racismo y denigración cultural.

Los Cantores de Chipuco, acaban de demostrar que para tocar tales sonidos, basta con identificar una figura que genere, sino el odio, la risa fácil de quienes, cada año, aceptan su apuesta musical.  “El chocuano”, se llama el tema que quieren poner de moda en esta temporada y, si lo logran, seguramente convertirán, de nuevo, en objeto de burla a los y las afrocolombianos que, por extensión somos universalizados como “chocoanos” cuando no “negros” o su combinación:

Mi vecino es un chocuano 
(puro saca taca taca tumba)
Mi vecino es un chocuano 
(baila muy bueno; tiene un trasero….. bendito sea mi dios)
Mi vecino es un chocuano 
Anda embambao todo bacaniao
24 horas al dia se mantiene emparrandao
Se emparranda una semana y deja al barrio trasnochao 
Bájele… que tengo que madrugar
Deje de quejarse tanto y venga salgase a gozar (esta muy duro)
Bájele… que tengo que madrugar
Si me echas la policía con gusto le pongo mas (bájale un poquitico) 
Mi vecino es un chocuano  (toco unirnos a la parranda)
Mi vecino es un chocuano

Los Cantores de Chipuco caen, una vez más, en el juego estereotipado de reducir la cultura popular al chiste y el gracejo ramplón sin importar qué se diga ni de quien se dice. La pregunta es si con ello logran algo más que vender discos o por el contrario lastiman de manera grave las relaciones intersubjetivas entre el grueso de las y los antioqueños y los venidos del Pacífico y nacidos en la ciudad que, según proponen estos cantores, son señalados al universalizarles como “vecino chocuano” “bulloso”, “visajoso”, que se mantiene “emparrandao 24 horas al día”, “embambao todo bacaniao”, que “baila muy bueno y tiene un trasero” que “se emparranda una semana y tiene al barrio trasnochao”, incivilizado, que no atiende la petición de “Bájele”.

El “chocuano” de esta canción es insociable, no respeta, hace bulla sin descanso (luego no trabaja y es vago), tal como siempre se ha sostenido de los afrodescendientes, sin considerar que su trabajo construye ciudades, humea en las fábricas, levanta casas, calles y grandes obras, así como siglos atrás sostuvo la economía colonial. La pobre y detestable imagen del afrodescendiente convertido aquí en “chocuano”, dibuja estereotipos desdeñosos que le hacen ver como un sujeto indeseable, alborotado, superficial y antisocial, que altera la convivencia con prácticas festivas eternizadas (24 horas, toda la semana). ¡Faltaba más tener que bailar al ritmo de semejantes improperios!

Además de la retahíla discriminatoria, si alguien alguna vez ha vivido en una pensión, como lo hacen muchas y muchos estudiantes universitarios del Pacífico y del Atlántico en nuestra ciudad, difícilmente daría crédito a este estado sempiterno de rumba que supuestamente identifican los denominados Cantores de Chipuco, con lo cual resulta evidente no sólo el carácter engañoso de su letra sino igualmente la intencionalidad sectaria que señala al otro, al afrocolombiano, como portador de antivalores. Por cierto, recuerdo que hace unos diez años cambié mi domicilio porque tenía un vecino que me despertaba a las dos de la mañana o no me dejaba leer en las tardes de domingo por el alto volumen de la música que ponía en medio de su habitual borrachera. El tipo, para más señas, era antioqueño y no “chocuano”; y su color de piel no le vinculaba al pacífico sino a los andes colombianos. ¿Habría que componer la canción “mi vecino es antioqueño”? Creo que no, fundamentalmente porque, al igual que los de Chipuco, confirmaríamos que la discriminación y el racismo pueden vestirse de todos los colores.

Situar mensajes de odio, distinción, discriminación o exclusión resulta posible sin mucho ingenio. Desde el chistecito según el cual una blanca vale por dos negras, refiriéndose a la notación musical, hasta la difusión de mensajes abiertamente difamatorios de los extranjeros, los latinos, las mujeres o cualquiera que porte marcas identificatorias que le excluyen de la ingenua y extendida “mayoría” nacional.  De igual manera, muchos grupos han encontrado en su propuesta musical una estrategia renovada para luchar contra el racismo, el sexismo, la xenofobia, la discriminación, el regionalismo y el nacionalismo avasallante, visibilizándose en su público como promotores de resistencia contra los estereotipos decadentes que estimulan concepciones de supremacía étnica, nacionalista, de género o de clase.

Tal vez por ello Ska, un grupo de crítica y cuestionamiento al orden subyugante de occidente tenga razón al proclamar: 
Tu di no al racismo
que los colores en el mundo vienen siendo lo mismo
no hay ninguna diferencia
el racismo es nazismo
y el facismo es una mierda

Dado que el racismo, la discriminación y la xenofobia existen y se alimentan, cada vez con mayor intensidad, resulta preocupante que, en Colombia, país en el que difícilmente nos tomamos en serio los asuntos de la otredad y la alteridad, de la diferencia y la identidad, un grupo musical decida convertir en objeto de su burla a un conjunto cada vez más creciente de ciudadanos y ciudadanas que portan su pertenencia étnica afrodescendiente en el espacio de la ciudad. A estos, la cantinela o el código de vida urbana les marca para que se blanqueen, para que no expresen valores ni tradiciones que denoten de donde vienen o quienes son, pues así hayan nacido en la ciudad; el color de piel, el lugar en donde viven, la manera en la que hablan, la música que escuchan les identifica externamente y, desde el otro, como universalmente “negros” o “chocuanos” por extensión.

Lo que realmente molesta de la cancioncita en mención, es que Los Cantores de Chipuco persistan en ridiculizar con esterotipos mañidos y arteras estrategias de señalamiento y discriminación a quienes son aun víctimas de estigmatización y desconocimiento identitario. He aquí una razón de peso para pelear en serio y por todas las vías legales posibles, con quienes reducen de tal manera la pertenencia étnica afrocolombiana y vulgarizan los orígenes chocoanos de buena parte de los habitantes de la ciudad.

domingo, 7 de noviembre de 2010

¿Preocupados por la repitencia?

No sin extrañeza, empiezan a aparecer voces provenientes de las dependencias oficiales angustiadas porque, a consecuencia de la implementación del decreto 1290 y los sistemas institucionales de evaluación consecuentes, muy seguramente se incrementará el porcentaje de repitencia que, arbitrariamente, había sido fijado en un máximo de 5% por el decreto 230 de 2002.

Esta preocupación, resulta evidente, nace del hecho de que a toda costa se ha procurado mantener a las y los estudiantes en las aulas, preocupados más por brindar cobertura y asegurar tiempos mínimos de permanencia dentro del sistema educativo, antes que verdaderas inquietudes por la calidad y la pertinencia de la educación, en especial en las instituciones públicas.

Para quienes están relacionados con el mundo educativo desde escritorios relativamente lejanos de las aulas, puede que esto sea una sorpresa. Sin embargo, para quienes adelantamos nuestro trabajo en las aulas o acompañamos la tarea didáctica de nuestros y nuestras docentes, el asunto puede resultar veleidoso, en la medida en que nos consta y con sobradas evidencias, que la promoción decretada no necesariamente se correspondía con el desarrollo de habilidades y de aprendizajes en las y los escolares.

Partamos de reconocer que no todo en el decreto 230 resulta perverso. Con este decreto, se instalaron aspectos formativos que resultan propicios a un modelo de evaluación consciente, continuo e integral, además de la articulación curricular, el reconocimiento del plan de estudios, la estructuración del calendario escolar, la vinculación de criterios pedagógicos a la promoción y el acompañamiento de las debilidades de las y los estudiantes se destacan; incluso la insistencia en el desarrollo de logros de competencias como propósito estructurante del proceso de enseñanza y aprendizaje.

Con todo, fueron más los gritos y los reclamos contra el decreto, al generar un proceso de avance sin mérito, nacido de poner un freno ridículo a la repitencia, sin ningún argumento diferente al de garantizar un mínimo de promoción, independientemente de las condiciones objetivas que recomendaran o no tal actuación.


Hoy, las consecuencias de tal arbitrariedad saltan a la vista: La nueva Ministra de Educación, María Fernanda Campo, ha salido a los medios alarmada porque, como FECODE lo ha manifestado en anteriores ocasiones, el 70% de las y los estudiantes de 5º, 7º y 9º en el país no alcanza desempeños mínimos en pruebas Saber.



En igual sentido, diferentes informativos y periódicos se encuentran alertas, preocupados por los reportes parciales según los cuales la repitencia en el país se incrementaría considerablemente en el presente año.

Quienes cuestionamos los lánguidos resultados de los ocho años de  la eufemística revolución educativa uribista, advertimos igualmente durante ese tiempo el grave problema de dejar al margen las preocupaciones por la calidad educativa. Por ello, asumimos la tarea de entender que el decreto 1290, con todas sus limitaciones, nos da herramientas para empezar a entender que el problema de la baja calidad no está en el porcentaje de estudiantes promovidos sino en las condiciones en las que puede o no ser promovido un estudiante, al dar cuenta de dominios, maduración del pensamiento y, no hay que tenerle miedo, desarrollo de competencias en una lectura crítica de las mismas, que va más allá de un simple chequeo de habilidades laborales.

En igual sentido, el Ministerio y la Secretarías de Educación deberán entender, definitivamente, que no pueden exigirle a los rectores y docentes que se comprometan con producir altos niveles de calidad sin adelantar inversiones generosas en cualificación docente, reposición radical de infraestructuras obsoletas y antipedagógicas, inversiones sostenidas en la cualificación de las condiciones de enseñabilidad y aprendibilidad, que desbordan las actuaciones heroicas de maestros y estudiantes y que requieren enfrentar las violencias circundantes, los impactos del desplazamiento, la pobreza, la desnutrición y el desempleo de los cuidadores, padres y madres, fundamentalmente.

Finalmente, habrá que esperar, y no por mucho tiempo, que una mejor comprensión de la autonomía escolar lleve a las instituciones a regularse y fortalecer sus criterios en materia de promoción y repitencia, más a consecuencia del compromiso con sus propios indicadores de excelencia que con la implementación, de nuevo por decreto y a rajatabla, de estériles porcentajes que promueven la incapacidad mental, antes que el desarrollo de la inteligencia y la maduración del aprendizaje.

Basta advertir como las y los estudiantes se muestran mucho más solícitos hoy ante los requerimientos didácticos de sus maestras y maestros para entender que la promoción por decreto, la práctica del menor esfuerzo y la lotería de la repitencia empiezan a abandonar, afortunadamente, las aulas y los cerebros de nuestros estudiantes; aunque aun falte mucho camino por recorrer para dejar atrás, definitivamente, las prácticas del menor esfuerzo que han hecho  carrera en el funesto sistema evaluativo escolar colombiano.

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