sábado, 25 de septiembre de 2010

El problema


¿El problema será que en el Aeropuerto 'vuelan' personas que consumen drogas y jíbaros que las venden?

¿El problema será que hay venteros ambulantes; muchos de ellos estudiantes que se autoemplean?

¿El problema será que la policía debe hacer su trabajo fuera de la universidad; antes de que los delitos se cometan en la universidad?

¿El problema será que se democise marihuana o cocaina en los alrededores de la Universidad y que los narcóticos giran alrededor del claustro antioqueño?

¿El problema será que denominar olla a la Universidad de Antioquia le resulta rentable a algunos?

¿El problema será que el ESMAD necesita una sede cómoda, amplia y bien ventilada como la ciudadela universitaria?

¿El problema será la miopía de los que quieren creer que la Universidad es "una de las plazas de vicio más rentables de la ciudad, si no la más"?

¿El problema será que en la Universidad vendan libros y cd que desconocen derechos de autor?

¿El problema será que, de tanto en tanto, aparezcan encapuchados en medio de una manifestación?

¿El problema será que a la Universidad ingresan extraños?

¿El problema será que la Universidad puede ser cerrada y ni nos inmutamos?

¿El problema será que se cree que una universidad pública cerrada genera orden y seguridad?

¿El problema será que toda forma de protesta tenga que ser contenida y socavada?

¿El problema será que hemos perdido la capacidad de pensar históricamente los problemas de nuestro tiempo?

¿El problema será que la libertad vive entre dilemas irresolubles?

¿El problema será que el proyecto de universidad escrito por el empresariado difícilmente puede producir una sociedad bien ordenada?

¿El problema será que la Universidad Pública no es, simplemente, un bastión mercantilista?Añadir imagen

¿El problema será que una Universidad militarizada no piensa ni deja pensar?

El problema como canta Silvio Rodriguez, "no es despeñarse en abismos de ensueño porque hoy no llegó al futuro sangrado de ayer.El problema no es que el tiempo sentencie extravío cuando hay juventudes soñando desvíos.El problema no es darle un hacha al dolor y hacer leña con todo y la palma. El problema vital es el alma. El problema es de resurrección. El problema, señor,será siempre sembrar amor".

domingo, 19 de septiembre de 2010

¿Proscribir la protesta? Un necesario adiós al siglo XX


“Un no como una casa, grande como una casa,
Donde un día podamos alojar nuestros sueños"

Armando Tejada Gómez

No son pocas las evidencias de que los logros de la humanidad en el siglo XX, impresionantes por su enorme desarrollo tecnológico e instrumental, palidecen en la precariedad del desarrollo humano alcanzado. Los altos índices de pobreza, vida en miseria, violencia, exportación de la guerra, tráfico y consumo de armas, persistencia de esclavitudes, negación de derechos en condición heredable; entre tantos otros males de nuestro tiempo, nos persuaden de ello y nos exigen, hoy más que nunca, reclamar un mundo posible frente a l defensa resignada del presente. De manera especial hoy, la satanización de la protesta como alternativa en la deliberación pública resulta siendo uno de los peores inventos sociales del siglo XX, por la que se hace coincidir la impotencia y la incapacidad para transformar la vida concreta de seres humanos en aldeas, ciudades y naciones con un modelo relacional y político en el que la contienda ideológica y la movilización que cuestionan tal estado de cosas resulta proscrito.

Protestar, esa actividad por la que los individuos y colectivos lanzan sus ideas en lo público puño en alto, voz en grito y pie marchando, ha venido a convertirse en un crimen contra el orden, la serenidad, la quietud, la pasividad de quienes piensan que vivimos en el mejor de los mundos posibles o, por lo menos, en el que nos tocó vivir con resignación. La lectura gelatinosa de nuestro tiempo deja entonces el sinsabor de la derrota imaginativa, de la precariedad del pensamiento, de la erosión de la creatividad de un lado y del otro, si se mira cómodamente desde un supuesto centro en el que se quiere que todos quepan, siendo que no pueden.

Para quienes la protesta es perversa, molesta e incluso criminal, resulta provechoso que se extienda la presencia policial y el control institucional hasta el último recodo de libertad, incluidas las universidades públicas; que se privaticen los servicios públicos, que las calles sean limpiadas de “esa gente indeseable”, que el pensamiento sea único y que el mundo no exprese más tensiones que las nacidas de acostumbrarnos a vivir en él tal como es, prisioneros del encantamiento y la exultación absurda que, hay que decirlo, esconde las graves fisuras sociales, políticas y económicas de nuestras naciones.

Para quienes, por lo contrario, no terminamos por aceptar que las cosas son como son, que la controversia resulta fundamental para aventurarnos a soñar, pensar y crear nuevos mundos, distintos, alternativos, otros; la protesta se constituye en un referente simbólico y actuacional que reclama la ampliación de las fronteras de nuestro tiempo, el desvertebramiento de la quietud, el protagonismo de la acción y del actor. Desde esta orilla, pesimista, según sus críticos; proscribir la protesta atenta contra la infatigable capacidad humana para generar formas alternativas de hacer nuestro al mundo que vivimos y al que no basta, simplemente, padecerlo.

Tal como un pensador latinoamericano, José Carlos Mariategui, escribiese hace algunas décadas, “los que no nos contentamos con la mediocridad, los que menos aún nos conformamos con la injusticia, somos frecuentemente designados como pesimistas. Pero, en verdad, el pesimismo domina mucho menos nuestro espíritu que el optimismo. No creemos que el mundo deba ser fatal y eternamente como es. Creemos que puede y debe ser mejor. El optimismo que rechazamos es el fácil y perezoso optimismo de los que piensan que vivimos en el mejor de los mundos posibles”.

Nuestro mundo puede y debe ser mejor. Por ello no resulta creíble que se pueda proscribir la movilización de quienes, en espacios privilegiados para ello como la universidad, se visibilizan y movilizan arriesgando incluso su vida para decir lo distinto, para proponer nuevos modelos de negociación y participación, en los que quepa el disenso y la alternativa. Expresiones arrogantes y autoritarias como la del Gobernador de Antioquia o manifestaciones hostiles como la intrusión del ESMAD para “contener” una manifestación desarmada y pacífica de las y los estudiantes de la Universidad de Antioquia dentro de dicho claustro, se convierten en atentados inciertos contra la palabra y el poder combativo del discurso. 

Para quienes afirmamos y enseñamos que la democracia no es un espantapájaros al servicio de los bribones, resulta de suma importancia reconocer que su construcción y su fortalecimiento nacen de un ejercicio radical por dejar de lado las armas, las del Estado y las de los ciudadanos; para concentrar los esfuerzos en el debate; aun en condiciones de denuncia, rebeldía y beligerancia. Para quienes confunden el poder con las funciones de control y represión en manos del Estado y los gobernantes, resulta imposible entender otras razones que las del encantamiento y la domesticación. Por ello se pontifica y se maldice a quienes, sin poder según se cree, acuden a la protesta ciudadana como el instrumento para gestar condiciones de interlocución creíbles. 

Negar entonces que la democracia consista en disciplinar a los ciudadanos y en desatar la furia del gobernante, resulta necesario; mucho más cuando las autoridades oficiales aspiran a desinstalar la protesta como un instrumento ciudadano válido. Desconocer que en los espacios públicos como el universitario se puede protestar y que ello es sano para la democracia, es aspirar a un mundo único y homogeneizado, en el que lo diverso fácilmente se califica como terrorista; sobrada razón para pensar que, definitivamente, falta un adiós rotundo al domesticado siglo XX.

domingo, 12 de septiembre de 2010

¿La dictadura de la inmadurez?




La sociedad occidental se encuentra en un enorme dilema: o reconoce que no tiene idea de cómo enfrentar la educación de sus nuevas generaciones o advierte que dar un paso atrás para encontrar el rumbo podría ser sensato.


Resulta claro que quedaron atrás los tiempos en que la letra con sangre entraba; cuando los castigos físicos, la demonización de la infancia y la arbitrariedad del mundo adulto se imponían sin más a las y los niños y jóvenes, prisioneros por lo mismo de la razón sin razón. Sin embargo, de manera abrupta la sociedad aceptó que las razones podían justificar el comportamiento errático de las y los niños y adolescentes quienes, sorpresivamente, terminaron por imponer en poco tiempo la "dictadura de los inimputables" como la denomina el periodista Saúl Hernández. 

Hoy estamos frente a las evidencias de que, adultos, niños y adolescentes vagamos y dormitamos en el sin sentido en la casa, en la escuela, en la ciudad, en el país y en occidente; como un profeta que no encuentra su voz en medio del desierto. Resulta fundamental, entonces,  hallar un rumbo que conmine a la sociedad occidental a trasladar decisiones al campo de la acción pública, preñado hoy por la vacilación, la indecisión y la impericia.

Nada más imperioso que quienes podemos, nos volquemos a pensar y concretar alternativas ciertas que encaminen nuestro tiempo. Las alertas son inminentes para quienes vivimos en aldeas, pueblos y ciudades en las que los niños y las niñas mueren, son amenazados, pueden morir o matan, se embarazan sin pensarlo ni creerlo,  son adormecidos por los cantos de las mil drogas disponibles, dejan de aprender sin que haya quien pueda enseñarles, se integran a ejércitos de mercenarios o, simplemente, padecen atónitos el desbarajuste que les tocó por suerte; en el que no encuentran y, a veces, ni siquiera buscan, una oportunidad para intentar despertar.

De manera singular, quienes en la escuela estamos en la aventura de construir sentidos en medio del sin sentido, deberíamos promover iniciativas que entusiasmen a nuestros niños, niñas y jóvenes a leer su tiempo de manera diferente; a contracorriente del desgano con el que las y los adultos hemos imaginado y constreñido su mundo y sus posibilidades. Deberíamos haber generado ya los dispositivos que les permitan a nuestros niños, niñas y jóvenes bloquear la capacidad de inacción; la incapacidad de transformar el mundo adulto que les estamos legando. ¿Legando?

Por ello no creo que el asunto sea simplemente endurecer las penas o criminalizar la infancia como alternativa para enfrentar la dictadura de los ininputables. Si bien pueda resultar necesaria una relectura de las construcciones jurídicas para el tratamiento de la violencia delincuencial perpetrada por menores de edad, ello sólo constituye uno de los diversos frentes en los que nuestra sociedad requiere una cirugía de alta precisión y alto costo.

Sumado a ello, considero que se debe incrementar la exigencia a quienes como padres y madres resultan responsables de la crianza y la educación de las y los menores. No podemos contentarnos con el triste espectáculo de ver a los hogares convertidos en circuitos residenciales, sin mayores normas que las gestadas en los estrados judiciales. No veo cómo podamos permanecer optimistas frente a padres y madres convertidos en proveedores de alimentos, vestido y diversiones. Si queremos una plataforma sólida para crecer en libertad, no confundamos a las y los adultos para que permanezcan pasivos ante el grito, la intransigencia, el reclamo agitado, los horarios sin límite y las prácticas sin monitoreo ni orientación que se convierten en ventanas de inseguridad y desprotección del frágil mundo infantil y adolescente. Necesitamos volver a reconocer que hay una edad en la que la adultez opera, de manera dialogante y descentrada, ante el hecho de que no estamos completos ni somos autónomos ni podemos solos con lo que el mundo occidental pone en manos de quienes, hoy; más que vivir su infancia la padecen. Si bien la adultez no representa un mundo entero, es necesario confrontar la vida infante y adolescente desde los referentes de la adultez y viceversa, sin que la vida adulta se atomice y se infantilice, perdiendo su especificidad; al tiempo que asuma con seriedad el hecho de que hemos perdido de vista no sólo qué significa ser adulto sino además cuál es el sentido de la adultez en la vida de niños, niñas y adolescentes.

No podemos contentarnos, tampoco, con la desazón que produce en la escuela la contemplación perpleja de códigos de derechos que no comportan simultáneamente sanciones y penalidades para los pactos de odio, las caricias del desamor, las voces del rencor y otras mil maneras con que los adultos toleran y, no pocas veces,  promueven el comportamiento antisocial en aquellos y aquellas a las que, en la casa como en la escuela, una voz fuerte, una directriz clara y una orden no negociable podría hacer tanto bien y a tiempo, sin que se vean alterados los derechos, la dignidad, la singularidad la diversidad y el respeto por el sujeto adolescente que se cultiva; se hace a valores culturales reinterpretados en la construcción de su subjetividad, en las aulas y en los hogares.

No podemos contentarnos con el patético espectáculo de contar con instituciones públicas que, adoptando el discurso de la libertad y la subjetividad, dejan el problema de la educación, de la orientación, de la formación; perspectivas opuestas y diferentes entre sí, y de la maduración o crecimiento en la autonomía moral del sujeto adolescente en manos de una supuesta sociedad que no existe ni, existiendo, puede hacerlo porque no sabe qué ni cómo ni cuándo hacerlo. Tal como le ocurre al ambiente, necesitamos dejar de producir códigos contaminantes para transitar hacia modelos normativos libres de polución, promotores de armonía y balance entre la vida infante, adolescente yadulta. 

La nuestra es una sociedad en busca de culpa y, por eso, creemos que basta penalizar con mayor dureza al infractor infantil o adolescente para que desaparezca el problema. Con un poco más de cordura, deberíamos advertir sin reato que hemos producido un mundo irresponsable, equivocado e inmaduro, en el que niños y niñas, adolescentes y adultos pervivimos en el mayor de los equívocos posibles, sin atrevernos a contener el aire, abrir los ojos y detenernos un momento, antes que sea irremediablemente insensato seguir andando. 

Por ello, habría que auscultar más allá de la institucionalidad escolar para entender los asuntos intersubjetivos que vinculan a infantes, adolescentes y adultos a la realización de sus propias historias y a la articulación de nuevos referentes de relacionamiento y rumbos alternos para producir tanto la educación como el acompañamiento a la expresión de las tensiones que tal diferencia comporta.

Ponte en contacto

Nombre *
Correo *
Asunto *
Mensaje *
Image Verification
captcha
Please enter the text from the image:
[Refresh Image] [What's This?]
Powered byEMF Online Form Builder
Report Abuse
Facebook Twitter Delicious Digg Stumbleupon Favorites More

 
Powered by Blogger